LA TRINCHERA INFINITA. José Mari Goenaga, Jon Garaño y Aitor Arregui (2019)

La trinchera infinita (2019). José Mari Goenaga, Jon Garaño y Aitor Arregui. Directores bien reconocidos por sus sensibles aportaciones previas (Loreak o Handía), lo cierto es que La trinchera infinita viene a confirmar el extraordinario pulso narrativo que tantas veces se echa en falta en el cine español. La historia que rescata se inscribe en el marco de la Guerra Civil, pero de un modo elegante e inusual: recurriendo a la figura de los “topos”, evadidos de la represión de los primeros grupos violentos del bando nacional, gracias a un peculiar método de supervivencia, que no era otro que permanecer bajo tierra, en minúsculos zulos excavados con frecuencia en sus propias casas o en lugares abandonados. Este tipo de escondrijo se prolongó en muchos casos durante años, incluso décadas, hasta que una “generosa” amnistía franquista de 1969 permitió a estos hombres asomarse a la luz y recuperar los jirones que quedaban de sus vidas destrozadas.
La trinchera infinita podría caer en un sinfín de tópicos en los que no cae. Los primeros minutos, muy intensos en ritmo, presentan el contexto de la situación. El resto de la película narra la difícil supervivencia del topo Higinio, protegido por su esposa Rosa, con la que apenas acaba de casarse. Con el paso de los años la poderosa intimidad que une a los esposos se va deteriorando, tal vez al mismo ritmo que la cara más atroz del Régimen. La trinchera infinita nos traslada a una terrible situación política que era mucho más que eso: era en realidad, más allá del miedo a morir, la ruina en vida de las aspiraciones más básicas de cualquier ser humano. 
Ambientada en Andalucía, lo que a veces dificulta la comprensión de los diálogos, merece no obstante especial mención por su detalle y excelencia: la luz del Sur se transforma en el peligroso filo de una cortante austeridad donde todo queda expuesto, donde un secreto es imposible de esconder a tantos ojos que siempre están atentos. Los cineastas son auténticos maestros en el mantenimiento de la tensión hasta el pasaje final, extraño, como no puede ser de otro modo. Porque cómo puede volverse a la normalidad tras treinta años de pavor y de cuestionamiento de tu propia categoría moral: tu elección por la oscuridad, por la trinchera que no acaba, frente a la loada valentía de quienes deciden batallar a plena luz. 
Ese dilema, sabiamente planteado por los directores, encuentra perfecta traducción en las interpretaciones conmovedoras y angustiosas de Antonio de la Torre y Belén Cuesta. Goenaga, Garaño y Arregui optan por un suavizado progresivo de la situación, a tono con el desmoronamiento del personaje principal y de su propio entorno familiar y hasta social. El final, agridulce, resignado, remotamente esperanzado, hace estallar en aplausos a la sala. Una película tan espléndida como necesaria. Una lección oportuna en tiempos inciertos. Una silenciosamente clamorosa obra de arte. 

Ficha:

Tráiler: