Y SE HIZO LA LUZ

No cabe ninguna duda de que se encuentran entre las mejores formaciones que han consagrado su vida musical, o gran parte de ella, a Bach. Y contar con ellos en Santander ha sido ciertamente un privilegio para la nómina del Festival Internacional. Los Amsterdam Baroque Orchestra & Choir, dirigidos por Ton Koopman, ofrecieron en la noche de este lunes en la Sala Argenta un concierto sabiamente pensado para el disfrute de los más amplios registros del Kantor de Leipzig: dos cantatas sacras –la 110, Unser Mund sei voll Lachens, y la 127, Herr Jesu Christu, wahr’Mensch und Gott– y una profana –la 201, Geschwinde, ihr wirbelden Winde (Der Streit Phoebus und Pan)–.
Así, la primera de ellas (en la que resuenan ecos de la Obertura de la Suite número 4, BWV 1069 y del Magnificat de 1723) fue concebida para la Navidad de 1725 y ensalza la Gloria divina en su absoluto esplendor. Haciendo honor a su título (Que nuestra boca se llene de risas), el coro inicial aportó un irresistible estallido de luminosidad que colmó hasta el último resquicio del ánimo del auditorio, y desde luego fue muy propicio para rendirlo a su favor. En cambio, un Bach más introspectivo se nos presentó en la Cantata 127, también fechada en 1725, que anuncia la Pasión. En ella destacó sin duda alguna la singular y emocionante aria Die Seele in Jesu Händen, con el increíble sonido del oboe acompañado por flautas en stacatto y la cuerda en pizzicato, a modo de fúnebre reloj que conduce inexorable a la llamada de la muerte. La segunda parte del concierto estuvo ocupada íntegramente por La disputa entre Febo y Pan (1729), obra gozosa de carácter muy teatral –evocadora de las Metamorfosis de Ovidio– y un tanto cítrica, por cuanto suponía de sutil alfilerazo contra quienes se atrevían a denostar la obra del Kantor en beneficio de compositores más livianos; todo un acierto de Koopman programarla y hacerlo como lo hizo, con una presentación levemente semiescenificada por parte de los cantantes solistas.
Aunque en el programa de mano figuraban exclusivamente las voces de Ilse Eerens (soprano), Maarten Engeltjes (contratenor), Tilman Lichdi (tenor) y Klaus Mertens (bajo), por megafonía se anunció al inicio del concierto la presencia adicional de Andreas Wolf (bajo) y William Knight (tenor). La soprano belga, muy expresiva, hizo gala de un precioso timbre, fraseo exquisito, dominio de dinámicas y un canto refinado. Lichdi exhibió un instrumento muy atractivo y sólido, con destacado registro agudo. Mertens, recién cumplidos los 70 (y 40 junto al maestro Koopman), evidencia una lógica pérdida de brillo en la voz pero también su inalterado gusto para entender e interpretar a Bach. Los imprevistos Wolf y Knight depararon capítulos muy celebrados: Wolf es un bajo portentoso en técnica, volumen, proyección y belleza tímbrica, y Knight es un tenor ligero de increíble versatilidad y delicioso fraseo. Maarten Engeltjes puso la nota discordante en el abanico de voces, con un timbre poco grato en su cuerda.
Ton Koopman es un gran maestro de la dirección y así mismo de la concepción de la obra bachiana. Sabe imprimir vitalidad en los pasajes más radiantes y profundidad en los más reflexivos, zarandeándonos el corazón. Emplea un tempo vivo pero no por ello emborrona la partitura y se muestra muy atento a las articulaciones y a la claridad expositiva de las diversas secciones de la orquesta, lo mismo en pie –con asombroso dinamismo– que en el bajo continuo, sentado al órgano positivo –a cuyo teclado, por cierto, en algún que otro arrebato, impone demasiada presión–. La Amsterdam Baroque Orchestra posee una buena paleta de colores, destacando especialmente su rica sección de cuerda; el viento presentó inesperados problemas ocasionales de afinación, frente a momentos de limpia belleza. Indiscutible protagonista fue el coro, aquí con veinte miembros, que cautivó inmediatamente a los asistentes a la Sala Argenta por su empaste, su afinación y su imponente sonoridad –aun convenientemente ajustada al carácter de la obra bachiana–, y así se mantuvo durante todo el concierto, controlado con mano firme por Koopman. En conjunto, pudimos disfrutar de dos horas de música ciertamente memorables, y así se sintió en los cerrados y merecidos aplausos dispensados a la formación holandesa, que respondió entusiasta con el bis del coro final de la Cantata 201.