SONORO TACTO DE LA SEDA

Capella de Ministrers, el veterano grupo dirigido por Carles Magraner, nos tiene acostumbrados al rigor y el entusiasmo simultáneos con que trata todos los repertorios que aborda dentro del ámbito de la música antigua. Con predilección por los programas temáticos a la par que inexplorados, Magraner siempre realiza propuestas atractivas que captan la atención por su singularidad. La ruta de la seda no solo no es la excepción a esta norma, sino que supone uno de los trabajos más emocionantes y cautivadores de entre los últimos suyos que hemos presenciado, en este caso en el marco del Festival Internacional de Santander, con la colaboración de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo.
La ruta de la seda es un espectáculo integral, de ardua preparación, que aúna bellos y exóticos instrumentos, refinadísimas cantantes vestidas conforme al origen de las músicas interpretadas, poesía y otros textos antiguos transcritos en una sobria proyección cambiante que sirve de fondo escénico, iluminación acorde con los diferentes paisajes de Oriente y el Mediterráneo que el programa transita. A estos elementos formales debe añadirse la seducción que genera la idea del viaje por distantes territorios y épocas remotas: miles de kilómetros y miles de años perfuman el sonido y el tacto de las sedas que acariciaron las manos y los ojos y las pieles de viajeros, comerciantes, poetas, cortesanos, reyes… vírgenes, incluso, en su indumento litúrgico. De seda es el hilo que entreteje las más antiguas y admirables civilizaciones, y como la seda fluyen y se mezclan las lenguas y las músicas que en tiempos abrazaban el mestizaje cultural con menos aversión que hoy día.
La sutileza de la legendaria Serinda, el dorado esplendor de Bizancio, la lírica sensualidad de Al-Andalus, la serenísima clarividencia de Italia, el errante temblor de Sefarad o la imponente austeridad en el albor de España son solo algunas de las estaciones que los músicos de Capella de Ministrers recorren. Es así como los ecos de China, Persia, Turquía, Egipto, Grecia, la Toscana… se funden y resuenan de modo inesperado en las moaxajas, en las laudas latinas, en los romances sefarditas, en el aterrador y al tiempo luminoso Canto de la Sibila; y los músicos de Magraner los recogen y proyectan con atinado fervor, suscitando en el público asombro y seducción con el dominio absoluto –lo mismo en conjunto, bien dirigidos y empastados, que en las intervenciones solistas– de un amplísimo abanico de instrumentos de las más variadas procedencias: zanfoña, organistrum, sitar, chalumeau, duduk, tombak, ud… por solo citar algunos de ellos.
En este cuadro no pueden soslayarse las excelentes voces de que se ha hecho acompañar el conjunto en esta ocasión. Èlia Casanova es una soprano de agudos tan sutiles como imposibles; su instrumento oscila, precisamente, entre el brillo absoluto de la seda y la vibrante calidez del terciopelo; es una gema de extraña transparencia. Iman Kandoussi posee una voz poderosa y dúctil, también de extrema dulzura y dicción hipnótica: la lengua árabe adquiere en ella atávica belleza; realiza con absoluta naturalidad las más delicadas ornamentaciones. Por su parte, Mara Aranda despliega un canto más sobrio y contenido, pero no por ello menos expresivo; su voz es más oscura, también de menor volumen, pero bien modulada; canta con una suerte de honda y nostálgica sabiduría que logra carnalizar el poso de la diáspora judía. Las piezas del final del programa, con la intervención en pleno de los siete instrumentistas y las tres cantantes, compusieron un emotivo colofón a una noche profundamente humanista. Por primera vez en lo que va de Festival no sonaron los aborrecibles móviles y se guardó un prudente silencio, respetuoso con los artistas, a lo largo de todo el concierto. Algo que, junto a los aplausos recibidos, los músicos agradecieron con un bis de la Cantiga de la Seda del Rey Sabio.