LOS HERMANOS SISTERS. Jacques Audiard, 2018.

Los hermanos Sisters. Jacques Audiard, 2018. Todas las películas de Jacques Audiard me han gustado siempre mucho, y por motivos diversos: escoge historias cautivadoras, sus protagonistas son impecables, su dirección es magnífica, sus objetos de atención no lo encasillan  sino que, por el contrario, siente una inmensa curiosidad por el mundo en sus más inesperadas manifestaciones. Pero es que además los personajes de las historias de Audiard siempre miran hacia dentro: no son intérpretes de una narración, sino que siempre se desnudan con timidez pero con fiereza ante el espectador e incluso ante sí mismos.
Esto vuelve a ocurrir en Los hermanos Sisters, peculiarísimo western en el que por supuesto aparecen pistoleros y caballos, pero que en realidad es un ahondar en la vida de unos hombres desmadejados por el tiempo, por sus vivencias, por sus ilusiones y por sus decepciones. Los cuatro protagonistas de Los hermanos Sisters viven en el terror, huyen de él a veces y otras lo afrontan, sueñan y fracasan. Sin embargo, a pesar de este planteamiento, hay evolución en ellos, no son cuatro constructos estereotipados sino que van mutando conforme avanza la cinta, dejándolos desnudos, indefensos y tangibles, amables para el espectador. Entre avatar y avatar se suceden escenas hermosas, tiernas, cómicas, irónicas y conmovedoras, como ese final inesperado que, pese a todas las desgracias, tiende un lienzo puro de esperanza sobre los maltrechos vaqueros mercenarios.
Los actores están espléndidos: Joaquin Phoenix ya nos tiene acostumbrados a su buen hacer, aunque quizá en esta película es John C. Reilly quien se lleva la palma: está inmenso; excelentes también el joven Riz Ahmed (lo he visto hace poco en una magnífica aunque desoladora y casi desconocida serie de HBO, The Night Of) y Jake Gyllenhaal. La elección del western como género tiene mucho que ver con el material narrativo del que parte el director —la novela de Patrick deWitt—, pero no por ello desmerece en absoluto de sus reglas clásicas, si bien aderezadas con una fotografía extraordinaria —qué búsqueda tan admirable de escenarios, todos españoles, por cierto— y con unos planteamientos que inmediatamente nos ponen en la pista de que no estamos en una de cowboys al uso: la espectacular escena inicial del tiroteo e incendio nocturnos, el tragicómico episodio de la araña venenosa… Una película inteligente, que va atrapando fotograma a fotograma hasta llegar a la catarsis en que todo concluye sin aspavientos, de forma sorprendente y al tiempo inocente, y dejándonos con ello en relativa paz, a diferencia de otras cintas del director francés, recorridas por la más absoluta irredención. Deliciosa. 



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