BUSCANDO AL SEÑOR SCHMITT

Sébastien Thiéry es un autor con una cierta vis polémica y eso no puede dejar de reflejarse en sus obras. Recordemos, sin ir más lejos, que hace apenas unos meses se presentó completamente desnudo a recoger el Premio Molière.
Al desnudo pretende también dejar a su personaje principal, el señor Schmitt, en una obra que nos llega a España y al Palacio de Festivales de Santander de la mano de Sergio Peris-Mencheta. Thiéry es hábil en el trazado de su obra, nutriéndose de mil referencias clásicas del teatro de todos los tiempos: así, el absurdo, el existencialismo, la habitación sellada… aderezadas con un potente chorro de comedia, unas gotas de suspense y un sazonado final de tragedia no exenta de chirriante violencia, nos ofrecen un producto final que engancha al espectador durante buena parte de su hora y media de duración. 
Peris-Mencheta se ha mostrado igualmente hábil en la adaptación del original, aportando frescura a un texto que podría haber caído con facilidad suma en el cartón-piedra. Se echa en falta, en cambio, mayor calado en el tercio final de la obra. Tras las risas lógicas por los despropósitos iniciales, llega un momento en que nos damos cuenta de que estamos asistiendo a algo que se está tornando serio, y entonces debería emprenderse un cambio de registro que no se produce. Se opta por la salida fácil: el mantenimiento de la sonrisa hasta la bajada del telón. Las citas de Wilde y Lovecraft que acompañan al programa de mano sugieren un tema no baladí: la dificultad e incluso el rechazo y el pánico del individuo de bucear en sus propios recovecos. Schmitt/Carnero se sumerge en ese proceso sin hondura, de modo que ni siquiera su suicidio final nos conmueve lo más mínimo, de la misma manera que la mutación del resto de la familia no suscita la menor desazón. Todo ocurre un poco lúdicamente, un poco porque sí, de forma abierta, para tampoco comprometerse demasiado en la elaboración del esperado cierre y cedérselo cómodamente al espectador.
Los actores están bien, en especial Javier Gutiérrez —haciendo equilibrios en esa frágil frontera de la tragicomedia— y Cristina Castaño, comedida y acertada en su papel de superviviente transición; Quique Fernández aporta un simpático punto malévolo a su personaje de psiquiatra. El concepto de decorado clásico funciona muy bien en esta ocasión, aunque nos «deslumbran» las extemporáneas luces finales.
En suma, ¿Quién es el señor Schmitt? es una obra entretenida y bien estructurada, a la que sin embargo hubiera beneficiado un mayor trabajo conceptual.