UN ÁNGEL EN TIERRA

La llegada de Philippe Jaroussky al Palacio de Festivales de Santander, máxime con un repertorio basado en obras de Monteverdi y Cavalli, supone un auténtico lujo que ningún melómano, sean cuales sean sus preferencias estéticas, debería desechar. No es fácil escuchar, fuera de las efemérides correspondientes, arias del genio de Cremona o de su sucesor maestro, revolucionario veneciano de adopción. Precisamente ese territorio de los comienzos de la ópera en cuanto particularísima e insólita forma musical (Monteverdi) y, posteriormente, de la ópera en su concepción más espectacular y actual (Cavalli), merece en sí mismo atención suficiente para los devotos del género. Y en verdad no escasas, pero tampoco excesivas ni tan relevantes, podrían ser las voces capaces de acercarse con sensibilidad suficiente como para subrayar ese periodo de cambios, ese tsunami intelectual que oscila entre el dolce tormento y la ammirabili forme
Sin duda, la voz de Jaroussky constituye una de las más exquisitas dentro del repertorio en cuestión, pero también una de las más codiciadas del momento. Lo que no deja de encerrar una curiosa contradicción. Dentro de la cuerda de los contratenores, a la que el cantante francés pertenece —no sin una evolución previa, desde unos comienzos de barítono hasta su posición actual que cabría calificar, aun dentro de su especialidad, de mezzo—, son muchas las discrepancias que existen incluso entre los buenos aficionados a la música: el contratenor gusta o no gusta, no hay una postura intermedia. No hablamos ya de la vulgar y sobada comparación con los castrati, con los que los contratenores nada tienen que ver, más allá de haber realizado registros varios de muchas de los acrobáticas composiciones alumbradas en el pasado para ellos. A veces el cine puede hacer mucho daño, y aquella célebre película de Gérard Corbiau sobre Farinelli introdujo mucha ignorancia entre los espectadores menos avisados. Los contratenores, Deo gratias, no padecen problema alguno de sórdidas amputaciones. Pero tampoco caen en ese otro error tan común que se les suele atribuir y que casi les desquicia más que ser confundidos con castrados: cantar en falsete. Un contratenor es diferente de un castrado y no usa su voz en falsete: es la más aguda de las voces masculinas y usa su voz de cabeza. Su peculiar sonido es mágico y espiritual, como suele serlo en consonancia el de los repertorios que abordan. Por eso no todos los oídos se sienten cómodos ante esa sensación. Hace escasamente diez días pude leer en un medio muy conocido los comentarios que sobre Xavier Sabata escribió un crítico de cuyo nombre por respeto no quiero acordarme; y se atrevió a escribir con todas las letras que la intervención de Sabata en La Calisto de Cavalli en el Real había sido bella a pesar de lo ingrato —así, en genérico— de la cuerda contratenoril. Leer para creer.
Son muchos los matices que se aprecian entre los diferentes contratenores: los hay con voces más rotundas, más delicadas, más agudas, más graves. La propia evolución de la cuerda dice mucho acerca de su identidad. Desde los remotos comienzos más sutiles e irregulares de Alfred Deller, la figura del contratenor se fue afianzando con los años y adquiriendo mayor prestigio, gracias a voces elegantes como la de Gérard Lesne o el hoy controvertido por cuestiones personales David Daniels, hasta llegar a su máxima expresión con uno de los más grandes: Andreas Scholl. En la actualidad, el contratenor es una auténtica estrella mediática: en España tenemos a Carlos Mena o Xavier Sabata, pero no podemos olvidarnos de voces relativamente emergentes como la de Valer Sabadus o Jakub Józef Orlinski, ni por supuesto de prodigios ya consolidados como Emanuel Cencic, Filippo Mineccia, Franco Fagioli y el propio Philippe Jaroussky, tal vez en este momento el más reputado o, quizá, uno de los más amados por el público.
Jaroussky, junto a Scholl —que tenía su propio grupo pop— ha sido uno de los contratenores más atrevidos a la hora de abordar repertorios alejados del Barroco (no entremos aquí en recoger otros fenómenos, como el del extravagante, malogrado y admirable Klaus Nomi). Una muestra bien evidente ha sido su reciente implicación en la ópera de la deliciosa compositora finesa contemporánea Kaija Saariaho, representada este pasado otoño en el Teatro Real: Only the Sound Remains, donde Jaroussky era un verdadero ángel, pero de los que tienen la virtud de querer posarse en tierra. Este jueves su vuelo lo traerá hasta el norte. Estemos atentos al paso de su estela, como al de un cometa que regalara su luz de ciento en viento generosamente.