PERROS EN BUSCA DE AUTOR

De la mano de la compañía andaluza Teatro a la Plancha hemos asistido a la última entrega de la Muestra Internacional de Teatro Contemporáneo: Los perros, obra de metáforas, ausencias, búsquedas y desesperanzas salida de la pluma de Selu Nieto y con obvios anclajes en el absurdo y en el esperpento.
El planteamiento arranca con tres personajes desamparados, abandonados en un hospicio en ruinas, que aguardan a un Godot que nunca llega: un «director» que va a llevarlos a una realidad mejor, que va a sacarlos de su perpetua somnolencia —un sueño oscuro, asfixiado y eterno como la muerte— para mostrarles la vida con sus brisas, sus sonidos y sus días. En realidad, hay otro personaje más: un perro, que en su mutismo constante hace las veces de lejano trasunto de los otros, de todos los demás que fueron y ya no son. En un aparente discurso de obviedades, la obra sugiere cuestiones importantes: la dimensión real de la existencia; la difusa frontera entre la ensoñación, lo real y la finitud; cómo la cotidianidad atenaza al hombre con medidas inaprensibles del espacio y del tiempo. También se hace mención a asuntos más tangibles: la alusión a la guerra y la ubicación de los personajes en un pozo húmedo y poblado por gusanos remite a los caídos por la sinrazón de los conflictos bélicos, seguramente también a los que jamás aparecieron y aún reclaman ser buscados.
María Díaz, Manuel Ollero y Selu Nieto ponen voz y carne a esta terna de muertos vivientes —La Piojosa, El Ciego y Expósito— que no saben si prefieren entrar o salir de su inframundo. Los tres hacen un trabajo magnífico, con áspera poesía, poniendo especialísima atención a su desempeño gestual. El texto, por lo demás, fluye entre reiteraciones intencionadas, entre retruécanos incesantes, entre balbuceos de unos seres que se encuentran en el dudoso quicio de la niñez o la ancianidad, mientras que una acertada selección musical da la adecuada contrarréplica en momentos clave. Un artefacto escénico en forma de caja de listones de madera realiza con eficacia múltiples funciones: cama, ataúd, jaula, pasillos, puertas… Hatos de ropas sucias completan el desolado paisaje, así como un mural de chaquetas ya inertes y vacías de todos los que sucumbieron previamente en la misma lucha que nuestros tres tullidos.
Sin restar méritos a lo que hasta ahora se ha dicho, es necesario apuntar que estaríamos ante una obra más que apreciable de no ser por su referencia demasiado obvia —a la par que reconocida— al espíritu de La Zaranda: la estética, la dicción, el concepto escénico y su desarrollo, el vestuario, la temática… De hecho, Los perros prácticamente calca la propuesta que La Zaranda realizaba hace apenas dos años en su montaje de El grito en el cielo. Selu Nieto y su compañía deberían plantearse que poseen bazas suficientes para explorar y hallar una voz propia.