EL REVERENDO. Paul Schrader. 2017.


El reverendo. Paul Schrader, 2017. Titulada en realidad First reformed (nunca dejará de sorprenderme la imaginación enfermiza de quienes traducen al castellano los títulos del cine extranjero, tal vez pretendiendo remedar a su autor), que es el nombre de la parroquia donde se desarrolla la acción. Con deudas evidentes y abiertamente reconocidas hacia los grandes del cine religioso, atormentado e introspectivo (Dreyer, Bergman, Bresson, Tarkovski… llegando incluso a Malick), Schrader nos ofrece una obra ambiciosa pero irregular, que hace aguas precisamente por su ausencia de una orientación clara y de sentido de la medida. First reformed apuesta desde su inicio por delicados simbolismos que, no obstante, su director echa por tierra con decisiones tan arbitrarias como inexplicables (el entierro del activista ecológico en un solar contaminado con un coro entonando una canción de Neil Young resulta un exceso paródico). Lo cual es una lástima, porque Ethan Hawke realiza, como de costumbre, un gran trabajo en su caracterización como el reverendo Toller: un personaje torturado por demasiados fantasmas, por el sufrimiento físico y, sobre todo, por la carencia de una perspectiva sólida de salvación. Esta historia hubiera bastado para sustentar una gran película, pero Schrader se empeña en enturbiarla con una trama paralela de denuncia sobre el cambio climático, sobre la destrucción de los recursos naturales, que de algún modo intenta asimilar al proceso de destrucción corporal del reverendo. Igualmente, la denuncia de la financiación corrupta de la iglesia «First reformed» por parte del fundador de una corporación contaminante nos aparta bruscamente del aura de espiritualidad que Schrader ha estado tejiendo con cuidado orfebre durante la primera mitad de la cinta valiéndose de una estética ascética y desnuda muy bien manejada y de una luz cetrina efectiva e inquietante. Si el tono reivindicativo nos arruina la película, no podemos decir menos del personaje de la embarazada Mary (Amanda Seyfried), de nombre y estado obviamente alegóricos, que resulta a todas luces tan inverosímil y tan innecesario como la bomba que el reverendo pretende hacer estallar en la cima de su delirio (no explico más por no hacer spoiler). La fascinación con que nos atrapa la cinta en su primera hora se transforma en tedio en la segunda; un tedio que el director intenta remontar con un final estilo patchwork con ribetes oníricos, que bascula entre la Pasión de un Jesucristo martirizado y su Resurrección por la vía del Amor. No sabemos si finalmente el cambio climático se redime en la misma escena de coitus interruptus. Si quieren la respuesta, deberán buscarla ustedes mismos.

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