BRILLANTE BARROCO EN SANTA LUCÍA

El habitual ciclo de Música Antigua auspiciado todos los veranos por la Universidad Internacional Menéndez Pelayo ha dado comienzo en este año en la Iglesia de Santa Lucía con un entrante de lujo: un programa protagonizado por el bien conocido ensemble Il Pomo d’Oro, acompañado por una de las voces «revelación» de los últimos tiempos dentro de la cuerda de los contratenores: la del polaco Jakub Józef Orliński (últimamente está suprimiendo el Józef).
Hay que decir que el programa prometía escuetamente Arias barrocas, en una suerte de aleatoria selección de música italiana en su primera parte y alemana en la segunda, sin una justificación muy clara más allá de la de su intrínseca belleza, con obras de Fago, Locatelli, Vivaldi, Handel y Hasse; todos ellos prácticamente coetáneos, como es bien sabido. Otro pequeño «pero» que hay que poner al programa de mano es que el nombre del contratenor no figure en la portada, máxime cuando se nos están proponiendo arias barrocas, donde obviamente la voz predomina. Estos detalles parecen pequeños, pero no lo son en realidad, y hay que cuidarlos mejor por respeto al auditorio.
Il Pomo d’Oro estuvo en esta ocasión dirigido por Maxim Emelyanichev desde el clave, sobradamente conocido por su entusiasmo interpretativo, que hace que los miembros del ensemble den lo mejor de sí; también son de alabar su exquisitez de concepto, su agilísima articulación… Lo cierto es que Emelyanichev es un director espléndido, capaz de subrayar el brillo y la deliciosa paleta de colores de los instrumentos de sus compañeros: nos gustaron muy especialmente Ludovico Minasi y Jonathan Álvarez, en fantástica y afinada conjunción, y el hipnótico diálogo de los violines de Zefira Valova y Heriberto Delgado, aunque por supuesto la viola de Giulio D’Alessio —de logradísima sonoridad— y la tiorba de Andreas Arend no se quedaron atrás. El grupo encandiló durante todo el concierto, pero tal vez en esa pieza maestra que es el Adagio y Fuga para cuerdas en sol menor de Hasse lograron una interpretación eléctrica y soberbia.
Orliński era tal vez la sorpresa más esperada de la noche por su juventud y su relativamente reciente irrupción en el panorama musical. Sin duda es un cantante de enorme carisma escénico —es atractivo, sabe entrar, moverse, mirar, meterse al público en el bolsillo— y vocalmente posee un instrumento de gran belleza, cálido, con una bonita coloratura y de subrayada musicalidad. Tiene facilidad en los agudos —debería esforzarse en controlarlos— y más carencia en los graves, pero proyecta muy bien. Siendo expresivo, le faltan intimismo y hondura, algo que quedó patente, por ejemplo, en el conocidísimo Nisi Dominus vivaldiano (su «Cum dederit» no logró conmovernos), mientras que por ello mismo destacó más en las arias de bravura. En suma, estamos ante una joven promesa que en muy poco tiempo es previsible que nos conceda aún mayores alegrías.
Por lo demás, la hermosura del programa puso al público en pie, que se vio recompensado por el «Vedrò con mio diletto» de Vivaldi, aria que, por cierto, Orliński interpretó con informal atuendo en Aix-en-Provence y que ha cosechado más de un millón de visualizaciones en You Tube.