HEINRICH SCHÜTZ: ENTRE EL FASTO Y LA AFLICCIÓN

La Guerra de los Treinta Años supuso un antes y un después no solo en la historia de Europa, sino en su propia configuración. El conflicto, que nació en principio a raíz de las naturales y abruptas desavenencias entre estados protestantes y contrarreformistas, implicó a las mayores potencias europeas en un enfrentamiento que se prolongó mucho más allá de sus fechas oficiales de inicio y fin (1618-1648), y tuvo como consecuencias no solo la reestructuración y redistribución de los poderes hasta entonces vigentes en Europa sino también efectos humanos devastadores, que se tradujeron en ruina, hambre, enfermedad y muerte de millones de personas. Muchos fueron los artistas que hubieron de atravesar esta confrontación bélica, con el consiguiente reflejo en su producción, pero sin duda entre los músicos uno de los casos verdaderamente paradigmáticos fue el de Heinrich Schütz, conocido en su día por la versión latinizada de su nombre, Henricus Sagittarius.
La vida de Schütz estaba orientada por decisión y tradición familiares a las comodidades derivadas de la práctica jurídica, pero la flecha de su apellido llevó al joven por un camino bien distinto. Dotado de una voz extraordinaria y de una tendencia irreversible hacia la música, fue rescatado de las garras del Derecho por un mentor, el landgrave Moritz, señor territorial germano con la autoridad suficiente para convencer al cabeza de familia de la conveniencia de que Heinrich siguiera perfeccionando sus estudios musicales. Lejos ya del prosaísmo de la vida convencional e instalado en Kassel, se le presentó la oportunidad de viajar a Italia a conocer a un anciano pero activo Giovanni Gabrieli. Allí, en la siempre feraz Venecia, y bajo el magisterio del gran compositor, Schütz adquiriría los modos que pocos años más tarde le harían famoso y único en Europa: el empleo de fastuosas formas italianas en un estudiado entorno de composición germánico, en una mezcla casi explosiva de estilos que sin duda lo convirtieron en uno de los músicos más notables de la Alemania del XVII, seguramente a no mucha distancia del gran Johann  Sebastian Bach.
Tras la muerte de Gabrieli en 1612, Schütz se trasladará a Dresde, centro protestante de innegable influencia donde el músico compuso música religiosa y profana, y creció en prestigio y magisterio. Al poco tiempo comenzó la Guerra, a pesar de lo cual el compositor contrajo matrimonio con la joven Magdalena Wildeck, de tan solo dieciocho años, que le dio dos hijas: Anna y Euphrosyne. Con motivo de su matrimonio compuso sus preciosos Salmos de David. La esposa morirá apenas seis años más tarde, sumiendo a Schütz en una gran tristeza, que acaba por rematarse con la pérdida de sus dos hijas en el transcurso de la década siguiente. Schütz conocerá muy de cerca la devastación de la Guerra por doquier, pero también las ruinas más íntimas, en una sobrecogedora melancolía que le conducirá a la composición de algunas de sus piezas más precarias en medios —las restricciones económicas eran importantes— y sin embargo más emocionantes. Paseó su saber y su aflicción por Italia de nuevo, donde trató cercanamente a Monteverdi, e incluso por Dinamarca, donde compuso temporalmente para Christian IV, rey que murió precisamente al mismo tiempo que lo hacía la Guerra, y que era célebre por su protección de las artes —John Dowland también estuvo a su servicio— y su mal olfato estratégico y político.
Heinrich Schütz fallecería en su querida Dresde, ya anciano, con 87 años, a causa de un infarto. En el conocido retrato que de él nos legó Christoph Spätner se aprecia la adustez que tal vez lo acompañó a lo largo de sus días, y que encierra el misterio de unas composiciones grandiosas y transparentes que hoy siguen cortándonos la respiración.
En España no es fácil escuchar en vivo música de Schütz. Sin embargo, la V Primavera Barroca del Centro Nacional de Difusión Musical se cerró la pasada semana en Oviedo —en el Auditorio Príncipe Felipe—con un extraordinario concierto dedicado mayoritariamente al compositor germano. Con el título El arte de la Reforma, Nacho Rodríguez dirigió a «Los afectos diversos» y al grupo instrumental «Oniria» con un primor y sabiduría que evidenciaban el profundo conocimiento del repertorio abordado. Tras una primera parte dedicada a la Misa a cuatro voces, SV 190 de Monteverdi, a la que no hubo nada que objetar salvo quizá la ausencia de una más honda expresividad, se pasó al plato realmente fuerte y sabroso: la alternancia de algunas piezas de los Salmos de David, op. 2 y los Pequeños conciertos sacros, op. 8 de Heinrich Schütz, cuyo carácter pretendía subrayar precisamente lo intenso y recoleto de los salmos frente a la brillantez de los enardecidos conciertos sacros. Una pretensión ciertamente lograda por Nacho Rodríguez y todos los músicos: voces —dos por parte— perfectamente empastadas y de increíble belleza, con categoría no solo coral sino también solista (quizá a destacar altos y sopranos); el grupo estuvo espectacular tanto en las obras a solo como en las policorales. Lo mismo cabe decir de «Oniria», el conjunto de cornetas y sacabuches que intervinieron a modo de coro o doblando voces con extraordinaria elegancia y afinación. Excelente estuvo también Laura Puerto al órgano positivo. Prescindible fue, tal vez, la intervención a solo del propio Nacho Rodríguez en «Was hast du verwirket» (en sustitución de una de las obras transcritas en el programa de mano), quien sin embargo como director y atinado comentarista al espíritu del concierto fue impagable. El regalo final de la noche consistió en dos preciosas propinas: el «Surrexit Christus hodie» de Scheidt y el «Adoramus te Christe» de Monteverdi, que cerró circularmente la velada.
Teniendo en cuenta que el Centro Nacional de Difusión Musical programa sus conciertos en numerosas ciudades—algunas incluso muy pequeñas— del panorama nacional, no dejamos de preguntarnos por qué Santander no se encuentra entre las afortunadas receptoras de estos excepcionales conciertos y prefiere decantarse por espectáculos de dudosa reputación. Cosas de nuestros programadores.

RECOMENDABLE

Von den letzten Dingen. Música fúnebre barroca de Alemania Central. Obras de Schütz, Rosenmüller, Schein,  Praetorius y otros. Amarcord. Cappella Sagittariana Dresden. Raumklang, 2010.

Los moradores de los años tremolantes del Barroco vivían acostumbrados a pestes, guerras y hambrunas encadenadas. Mas he aquí que la música restó pavor e invistió de extraordinaria dignidad a tan terrible escenario. Este disco de «últimas palabras» es evidente y gozosa muestra de ello. Raumklang ofrece un registro con un repertorio magistral y con una interpretación soberbia. Entre las piezas incluidas en el disco se encuentra esa absoluta obra maestra de Heinrich Schütz que son las ‘Exequias musicales’ (1636), encargo del conde Reuss; también su elegía por su propia esposa fallecida. Una lectura descarnada a la vez que extraordinariamente intensa en lo coral logra arrastrarnos a la vivencia espiritual y profunda de la muerte, también a una contemplación no exenta de un deleite morboso, alojado en un exceso casi insoportable de belleza. Exquisitez vocal e instrumental de los Amarcord y los Capella Sagittariana de Dresde, excelente toma de sonido, programa magnífico. Todo ello se aúna en este disco en que la Muerte encuentra un insospechado y fascinante emisario.