Con
un programa de piezas de cámara gestadas en el frío (desde Noruega con Grieg y
desde Rusia con Rachmaninov) se ha vivido una de las noches musicales más
ardorosas e intensas del Palacio de Festivales, aun a pesar de la heladora
compañía con que se nos sigue deleitando en los respaldos de las butacas en
todas y cada una de las diferentes citas del «centro por excelencia» de la
cultura emblemática de Cantabria. Las soluciones institucionales se prometen
pero no acaban de llegar, y empezamos seriamente a plantearnos si
sobreviviremos indemnes a la programación en estas condiciones.
Al
menos, en esta ocasión hemos podido disfrutar de un espléndido concierto, a
cargo de uno de los mayores chelistas del momento, Truls Mørk, cuya sabiduría y elegancia no han sorprendido
en absoluto. El sonido del instrumentista noruego es sencillamente apabullante,
con un dominio total de todos los registros y una impresionante exhibición
de color y calor, con ataques certeros y delicadezas extremas, navegando con
soltura entre la austeridad y el lirismo, entre lo incisivo y lo melódico,
haciendo gala de una exquisita articulación en unas piezas de las que nunca
pensamos, a pesar de la notable belleza y dificultad de algunos de sus pasajes,
que pudiera extraerse semejante jugo.
Mayor sorpresa supuso tal vez el joven
pianista Behzod Abduraimov, de origen uzbeko, que no desmereció lo más mínimo
respecto de Mørk. Lejos de quedarse en un mero papel de acompañante, Abduraimov
hizo gala de extraordinaria musicalidad; huyendo de absurdos aspavientos,
subrayó con precisión y seriedad la nobleza de las partituras y se compenetró
con enorme talento con el violonchelo. Abduraimov resultó ser un instrumentista
de lujo del que ya se está oyendo hablar, pero del que sin duda se oirá mucho
más y aún mejor.
El programa se caracterizó, por fortuna,
por su singularidad —probablemente esos Grieg y Rachmaninov concretos no se
habían escuchado nunca previamente en Santander—. Tras un breve intermedio, que
quizá los músicos aprovecharon para ponerse unas camisetas térmicas, fue
especialmente emocionante la segunda parte, dedicada al Intermezzo para chelo y piano en la menor de Grieg y la muy
exigente Sonata para chelo y piano en
sol menor, op. 19, de Rachmaninov.
Ante la insistencia merecida de los aplausos, se obsequió al público con una propina, también de Rachmaninov: la peculiar y preciosa canción Vocalise, en este caso obviamente arreglada para chelo.
Ante la insistencia merecida de los aplausos, se obsequió al público con una propina, también de Rachmaninov: la peculiar y preciosa canción Vocalise, en este caso obviamente arreglada para chelo.