SURREALISMO EN EL ÁRTICO

Así que pasen cinco años, vista este fin de semana en el Palacio de Festivales, es una obra que nos retrotrae hasta el Lorca menos frecuente: el dramaturgo de corte surrealista que se fraguó tras su viaje a Nueva York y sus particulares intereses en la relatividad y las interpretaciones oníricas freudianas, también en los estrenos de obras similares en otros contextos europeos. Por otra parte, la pieza, que forma parte de una trilogía conocida habitualmente como «teatro imposible» por su no fácil digestión, es rica en premoniciones y símbolos turbadores, en elementos clave de la identidad lorquiana —ese verso y universo que solo pueden ser suyos— y en influencias evidentes aunque refractadas del auto sacramental calderoniano, del expresionismo, del peculiar romanticismo español y de la comedia del arte. Se trata, en suma, de una obra complicada, con altas dosis de artificiosidad, desde luego no para todos los gustos, que funciona más como preciosa joya de museo que como artefacto dramático conmovedor.
La compañía andaluza Atalaya Teatro aborda un reto no menor y lo hace con éxito sumo. Su propuesta es delicada y elegante, recorrida por un aliento poético apreciable y con indiscutible inspiración. Atalaya sabe cómo hacer mucho con los elementos justos —las escaleras, la gasa, el ventanal/espejo practicable…—, apoyándose además en una fantástica labor artesanal de vestuario e iluminación. El trabajo de actores es excelente: un equipo sensible que funciona en su totalidad como un mecanismo de relojería y que muestra asimismo momentos individuales emotivos.
Seguramente Así que pasen cinco años haya sido, aun en su marginalidad, el mejor espectáculo que hemos visto en esta muy mediocre temporada del Palacio de Festivales. Una lástima que tal excepción no pudiera disfrutarse de mejor talante por el frío helador reinante en la sala. Los responsables del Palacio, y entendemos que también de la Consejería, continúan dando excusas peregrinas, haciendo oídos sordos a las quejas reiteradas de los asistentes y desviando la vista ante las bufandas colocadas sobre las asesinas rejillas ventiladoras de las butacas, que no solo no expulsan calor sino que expulsan frío y generan corrientes de aire. Quizá debamos esperar que pasen cinco años para ganarnos el mínimo respeto que como espectadores merecemos.