TENORIO SUBIDO DE TONO

En sustitución de la tradicional representación novembrina del Tenorio a la que durante décadas se ha podido asistir en múltiples teatros del panorama nacional, en Santander ha podido escucharse por tercer año consecutivo la lectura dramatizada de Don Juan Notorio. Burdel en cinco actos y dos mil escándalos, texto de Ambrosio de la Carabina —nombre obviamente supuesto— que vio la luz en 1874. Si en 2015 y 2016 la lectura tuvo lugar en el Casyc, en este año ha sido en el Palacio de Festivales donde Hilo Producciones, con Sandro Cordero a la cabeza, ha regresado a las andadas. La misma obrilla, dicho sea de paso, fue ya rescatada a comienzos de 2015 en tierras extremeñas por Teatro Guirigai, y en idéntico formato de lectura dramatizada, de modo que verdaderamente no es esta una iniciativa original de la compañía cántabra.
Cualquier cosa que se diga sobre el Don Juan Notorio es tan obvia como su propio texto: a pesar de su propósito aparentemente paródico, el Notorio trasluce a uno de tantos autores rijosos de mostachos alcanforados que proliferaban en el siglo XIX. Así pues, nadie se sorprenderá de encontrar chabacanería y procacidad a espuertas. Pero eso no es ni mucho menos lo peor. En realidad, el texto es estilísticamente tan horrendo que merecería la hoguera si no fuese que la curiosidad y la indulgencia del espectador actual —y una gran dosis de socarronería— permiten sortear tan penosa prueba. En todo caso, por si alguien no hubiera quedado satisfecho con la sesión tenoril, puede pegarse un paseo por El jardín de Venus, de nuestro insigne Samaniego, y querrá atacar naves que arden más allá de Orión.
La lectura de este año no ha diferido gran cosa de las realizadas en años anteriores. Ni siquiera el vestuario, aun siendo tan breve, se ha modificado; algo que hubiera sido de agradecer, en especial por quien asiste anualmente a las representaciones —no hay que abusar de la imagen de don Juan con Batman en los calzoncillos—. En la lectura hay irregularidad: debe destacarse el desempeño de Doña Inés, Brígida y Ciutti; hay otros que deben mejorar, aunque se entiende que quieran dedicar su esfuerzo a más nobles tareas. No se entiende, por cierto, que no se entregue una hoja volandera con la carátula del montaje y el reparto de actores. Sabemos qué obra es y a lo que vamos, pero hay cosas que no deben faltar. La música —desde Duran-Duran a Arvo Pärt— está seleccionada con salero e induce a la carcajada.
Está bien relajarse y desacralizar lo sacro, aunque el Don Juan original tiene mucho de herético, como bien supo ver Lezama Lima. Puestos a ello, hay disponibles más parodias y perversiones del Don Juan que podrían merecer mayor atención y quizá alguna representación.