Es probable
que nadie haya descrito de forma más sencilla y más gráfica que Hildegard von
Bingen el sabor del Pecado Original a la par que el del deseo intemporal: «el
sabor de la manzana» fue exactamente la seductora expresión que empleó la religiosa
alemana en uno de sus poemas para referirse a la tentación en que cayeron Adán
y Eva en su primer encuentro en los márgenes del Paraíso, e incluso a la
sensación de ineludible vértigo que produce en todos los humanos la atracción
sexual («Hemos nacido en el
polvo, / ¡ay!, ¡ay!, y en el pecado de Adán. / Es muy duro resistir / lo que
tiene el sabor de la manzana»).
Hildegard
von Bingen fue una mujer de película en un tiempo —el siglo XII— en que las
películas no existían, pero sí el entorno para sugerirlas: flor luminosa
crecida en el callado esplendor de la Edad Media, cuando las catedrales más
precoces empezaban a apuntar con sus agujas hacia el cielo y comenzaban a
incubarse las semillas primeras de la Universidad, cuando Eloísa y Abelardo
vivieron su telenovelesco amor y la cuestión de los Universales alcanzó su
punto más crítico. Visionaria desde la infancia —sus delirios iniciales, que se
manifestaron siendo una niña de apenas tres años, los atribuyó el mediático
psiquiatra y escritor Oliver Sacks a potentes migrañas—, Hildegard elevó astutamente
a revelación de categoría literaria y metafísica sus ensoñaciones, logrando de
este modo que sobrevivieran al polvo de los siglos y a la intolerancia clerical
coetánea. De semejante singularidad cabía esperar una existencia excepcional, y
sin duda Hildegard se erigió en uno de los personajes más polifacéticos y brillantes
de la Historia, superando todo tipo de obstáculos aun con la dificultad añadida
de su condición femenina. Abadesa ya en su treintena, y no de un convento, sino
de dos —las autoridades eclesiásticas le permitieron la fundación y dirección
de una segunda comunidad, algo absolutamente inusual—, supo con estudio
incesante y, por supuesto, con tesón e inteligencia, hacerse intelectualmente
indispensable entre los círculos políticos más influyentes —algo que, por otra
parte, la libró de espinosos problemas en el siempre restrictivo y punitivo seno
de la Iglesia— como consejera de papas y emperadores.
Ocupando ya
su cargo abacial publicó una obra asombrosa, recorrida por la observación más
espontánea y la más honda reflexión, a caballo entre la medicina, el naturismo
y la filosofía: el Libro sobre las propiedades naturales de las cosas
creadas (posteriormente se dividiría en dos tratados: Physica,
con contenidos más próximos a las ciencias naturales, y Causae et curae,
de intencionalidad medicinal). La alemana se interesó por la botánica como
fuente de remedios contra las enfermedades y describió la salud desde un
concepto de equilibrio entre lo físico y lo espiritual, con consejos
pragmáticos para conservar la dentadura, paliar la resaca o combatir la
amenorrea. La sexualidad fue objeto específico de su atención: la concreta
fisiología de la mujer, la expresa descripción del placer femenino y la
postulación de la necesidad del disfrute mutuo entre los dos miembros de la
pareja generaron páginas verdaderamente osadas e innovadoras.
Otros tres
aspectos resultaron esenciales en la producción de Hildegard von Bingen: la literatura,
la ciencia y la música. Sus escritos más creativos están sin duda relacionados
con la transmisión de sus visiones, detalladas con una prosa hermosísima e
imágenes de sorprendente aura surrealista; entreveradas con ellas se deslizan
poemas breves y exquisitos; también compuso textos alegóricos en verso (Ordo
virtutum, auténtico auto sacramental) que a su vez constituyen la
base de su producción musical. Sorprendente es también el hecho de que la santa
alumbrara una lengua paralela al latín —lingua ignota— con una grafía
a partir de 23 letras creadas por ella, y asimismo con una estructura y vocabulario
específicos (no en vano fue posteriormente designada patrona del esperanto). Desde
el punto de vista científico, no puede olvidarse que sostuvo una teoría
sustancial: la del carácter ovoide de la tierra, contraria a la concepción
bidimensional dominante. Pero quizá han sido sus composiciones musicales las
que gozan de mayor reconocimiento y aceptación en nuestros días. Curiosamente,
Hildegard von Bingen no contaba con formación en la materia, al menos si hemos
de creer sus propias manifestaciones al respecto, constituyendo entonces sus
composiciones el resultado de sus afanes autodidactas. Sus piezas se
caracterizan por la evidente importancia de los textos, de particular
espiritualidad, a los que la abadesa vestía con música para aspirar a la completa
armonía cósmica y también para propiciar su mejor uso por parte de las devotas
de su comunidad; así nacieron sus antífonas, responsorios, himnos…
absolutamente reconocibles por encima de cualquier otra autoría musical de la
Edad Media debido a su exquisito misticismo, al libre vuelo concedido al canto gregoriano,
al éxtasis de sus melismas y a su hermosa integración de la polifonía.
Hildegard von Bingen complete edition. Sequentia.
Sello Legacy. 9 CDs. 2017.
En este
mismo mes de octubre acaba de editarse la primera colección de las obras completas
(Symphonia y Ordo virtutum) de la abadesa alemana. Se trata de una cuidada
presentación de lujo, en un cofre con forma de libro, que contiene nueve discos
serigrafiados con miniaturas relativas a la obra de la doctora de la Iglesia y
un cuaderno de 152 páginas (disponible en pdf en la web del grupo: http://sequentia.org/images/recordings/Hildegard-Lyrics.pdf)
con los textos latinos cantados, sus traducciones (al francés, alemán e inglés)
y múltiples ilustraciones. El registro corre a cargo del conjunto Sequentia,
uno de los primeros ensembles vocales que se ha ocupado de la música de la
santa, con especial atención a las fuentes manuscritas originales y a las
técnicas de interpretación medievales. El proyecto reúne grabaciones realizadas
entre 1982 y 2013, y por supuesto incluye el disco Cánticos de éxtasis,
muy celebrado en el momento de su aparición (en los 90), hasta el punto de que
llegó a vender más de un millón de copias en todo el mundo.