INTENCIONES DE UN IDIOTA

La obra emblemática que en su día inauguró la nueva andadura del madrileño Pavón, transfigurado en Teatro Kamikaze, llegó a Santander en esta semana: Idiota, texto de Jordi Casanovas dirigido por Israel Elejalde, se ha visto en el Casyc en el marco de la programación cultural de la UIMP.
Más allá de lo provocativo de su título, nos encontramos con una obra bastante convencional: el problema que plantea no es nuevo en absoluto ni tampoco el modo y los recursos con que resolverlo. Una persona sometida a presión extrema cae en todas las trampas —y bajezas— que le presenta su oponente escénico, que no es otra cosa que la encarnación de una sociedad caníbal que tortura y devora a sus propios hijos. El asunto no es baladí y plantea a su vez muchos problemas de gran enjundia; sin embargo, el texto de Casanovas se queda en lo superficial, en los golpes de efecto anecdóticos, en la apelación a citas demasiado manidas (ese archiconocido Einstein que ni siquiera viene a cuento) y efectos demasiado vistos y, por tanto, gastados. La conclusión de Casanovas, según la cual todos acabamos cediendo a cualquier cosa por dinero, se cumple en él mismo en cuanto dramaturgo que opta por la vía más comercial y rentable para su propuesta.
Por su parte, Elejalde marca bien el ritmo e idea un escenario a medio camino entre una distopía, un búnker, una sala de tortura y un concurso de televisión, insertando también música y proyecciones. El montaje, con visos cinematográficos, funciona aceptablemente desde este planteamiento, aunque a veces se le va de las manos, en especial en el tramo final.
Desde el punto de vista interpretativo, nos encontramos otro recurso clásico: el duelo de actores, cuya balanza aquí se inclina claramente a favor de Elisabet Gelabert, más sugerente, matizada y camaleónica; en cambio, el registro de Gonzalo de Castro en su papel de idiota es mucho más plano, aun a pesar de caer en la hipérbole y el grito innecesarios, cuando hubiéramos apreciado mucho más la sutileza.
Idiota se deja ver y entretiene, e incluso a ratos logra manipular al espectador, pero al final se erige en crónica frustrada de un mensaje que se pierde en un crespo oleaje y no logra tocar puerto.