HIPERVENTILANDO

Alfredo Sanzol ha vuelto a la carga con un nuevo texto de gestación experimental. Si su discutible y reciente montaje de Edipo Rey surgió a la sombra del taller Teatro de la Ciudad, en La respiración —que ha recalado en el Palacio de Festivales este fin de semana— se han desarrollado de forma paralela los ensayos y la escritura del texto, en una suerte de extraña cabriola creativa de cuyos resultados no estamos demasiado seguros. Y es que en ese improvisado añadir escenas se notan demasiado las costuras, la ausencia de una idea bien hilvanada que aporte unidad al texto y de una deseable labor de pulido, la sucesión de pasajes deslavazados que van componiendo un patchwork desigual en tono y logros.
La respiración ha llegado avalada por buenas críticas generalizadas, pero en realidad da la impresión de ser un juguete a merced de una obsesión —¿obsexión?— de su autor. Bien está que Sanzol se haya separado recientemente y haya convertido ese asunto en algo dramatizable, pero no es de recibo que se nos introduzca en una espiral reiterativa y desquiciada de casi dos horas de duración en la que, sin límites debidamente perfilados, se juega a la realidad y la ficción como se tiran los dados, sin tener repajolera idea de cómo van a caer. Por no hablar de que, con independencia del registro supuestamente cómico empleado en la obra, parece desprenderse la conclusión de que, por una parte, no es posible sobrevivir sin pareja y, por otra, de que la aportación esencial de estar emparejado es tener sexo, con uno o con veintiuno; cuando el otro y la cama nos fallan, solo podemos optar a respirar en paz —o sea, a algo parecido a la muerte—. Lástima de simplificación, por lo demás un poquito aburrida..
La obra bascula entre un demorado vodevil, referencias a iconos de la ficción clásica —Mary Poppins…—, líneas de autoayuda, canciones prescindibles, humor grueso —la parte final del sacacorchos es lenta y grosera— y algunas frases y pasajes luminosos —el monólogo de Leire sobre el amor es excelente, quizá lo mejor del texto—. A favor, los actores, que están bien, en especial Nuria Mencía y Camila Viyuela, aunque la dirección y la escenografía no son memorables.
En suma, una hiperventilación dramática que se hubiera arreglado con veinte minutos menos de texto y un poco más de reposo y calado.