De la mano de Helena Pimenta ha llegado al Palacio de
Festivales de Santander El alcalde de Zalamea, preciosa obra que deja claro
no solo el dominio por parte de Calderón de los registros más brillantes de la
tragedia y la comedia, el preciso uso del verso en función de la dignidad o
tema de la escena y asimismo el hermoso cincelado de la lengua castellana del
Siglo de Oro, sino también la asombrosa hondura y modernidad de su teatro, con
asuntos que dan para reflexionar en catálogo y tratamiento: el respeto a la
mujer, el honor personal frente al honor social, la viscosa pluralidad del
poder, los privilegios estamentales (siempre hay y hubo aforados que al amparo
de una jurisdicción a la medida delinquieron de modo impune).
Todo ello se puede degustar en la versión que Álvaro Tato
hace del texto, en general bastante fiel al original, aun cuando a veces
desliza licencias discutibles. No obstante, no se empañan los pasajes clave:
los impagables encuentros entre don Lope y Pedro Crespo, algunos magníficos
monólogos, las escenas de grupo —diversión con baile y música, también disputa
de espadas— y la intervención de las dos extraordinarias parejas de graciosos.
Escenográficamente, el montaje me funciona solo a medias. Es interesante
la pared de fondo sobre la que se van sobreescribiendo muescas, golpes y
pintadas, pero sus desproporcionadas dimensiones le otorgan demasiado
protagonismo e imprimen un estatismo obligado. Bien las dos bancadas laterales,
a las que se extrae buen jugo. Sin embargo, hay escenas cruciales que se ven mal enmarcadas; en particular, el reencuentro de Crespo y su hija Isabel tras
la violación, totalmente descontextualizado, o la deslucida resolución final,
con un Rey minúsculo emergiendo de un boquete en el muro. A cambio, la
iluminación de Juan Gómez Cornejo es excelente.
La Compañía Nacional de Teatro Clásico cuenta con grandes
profesionales para abordar este tipo de producciones, y este Alcalde no es
una excepción. Todo el elenco en líneas generales cumple normas, con buena
presencia escénica y recitado adecuado. Sobresalió Joaquín Notario (don Lope),
en dignidad, soltura y encarnación del personaje. Su gran oponente, Carmelo
Gómez (Pedro Crespo), estuvo desorientado, como si no se hallara a gusto en el
papel; contando con apostura y voz suficientes, y siendo la gran expectativa de
la noche, no dio la talla en un personaje complejo por sus muchas caras, ni
acertó en la dicción versal. Correcto estuvo Jesús Noguero (don Álvaro), pero
es verdad que se marca un «En un solo día...» —qué texto tan maravilloso—
absolutamente soberbio. Dos actores fuera de papel fueron Nuria Gallardo (Isabel)
y Rafa Castejón (Juan); siendo buenos actores, su edad los torna inverosímiles.
Las dos parejas graciosas —Rebolledo/La Chispa (David Lorente/Clara Sanchis) y
Don Mendo/Nuño (Francisco Carril/Álvaro de Juan)—, aun con algún lunar,
aparecen entregadas y con comicidad efectiva y bien estudiada.
No se puede negar que Helena Pimenta conoce la tela que
corta, aunque a veces da algún trasquilón. Algunas decisiones sorprenden: los
pelotaris del inicio, la precariedad del final, la inclusión de intervenciones
musicales como subrayado de texto muy poco afortunadas. En todo caso, fue un
Alcalde disfrutable.