En estos días
pasados hemos tenido ocasión de leer la penosa noticia del cierre del Café
Comercial en Madrid, el más antiguo de la ciudad, lugar de encuentro de
tertulianos y parroquianos de la zona, uno de los emblemas de ciudadanos aún
adictos a la conversación y memoriosa de nombres de habituales tan dispares
como los Machado, Sánchez Ferlosio, Jardiel Poncela, Torrente Ballester o
Rafael Azcona. Allí incluso se pudo ver y escuchar a Javier Krahe, que también se nos ha
ido «tan callando».
El cierre del
Comercial, en realidad, es testimonio de otro ocaso más penoso: el de la
tertulia cultural o literaria ubicada al amor de las mesas de mármol o madera
situadas junto a los ventanales del local de turno, desde cuyo exterior se podían
distinguir los perfiles de escritores e intelectuales de lo más variado,
hablando a veces de asuntos sustanciosos, otras de cosas de menor enjundia,
pero que en todo caso siempre hacían con su presencia más atractivo el lugar.
Eran tiempos en que no existían los móviles y las conversaciones no se
desarrollaban por whatsapp ni por símbolos o señas, sino en encuentros
generalmente acordados de forma periódica y con discursos bien construidos aun
en su espontaneidad.
Santander, es
evidente, no fue una excepción a esta práctica cada vez más soterrada, y
sabemos de locales de reunión —cafés y otras variantes bastante pintorescas— ya
extintos, de otros que fueron testigos de encuentros importantes, de otros aún
que persisten y continúan constituyendo lugar de casi obligado peregrinaje para
el lugareño e incluso para el turista avezado.
El café en realidad
siempre fue escenario de conversaciones trascendentes en un contexto en que las
reuniones solo se podían realizar en las casas o al calor de estos
establecimientos. En tiempos pretéritos el contenido político teñía las
paredes, asientos y mostradores del café romántico; eran tiempos de
revoluciones y conspiraciones varias, también de locales oscuros que las
favorecían. Poco a poco fueron remitiendo los ardores políticos y se
consolidaron las mesas de café como tableros de paz y ejercicio intelectual.
Nunca la política está ausente de conversación alguna, pero empezó a afianzarse
la costumbre de ir al café a compartir inquietudes más personales, más
relacionadas con lo que se escribe
(cartas incluidas), con lo que se lee, con lo que se debate. Así aparece la
tertulia a la sombra de los cafés en flor, pues ciertamente puede decirse que empezaron a
florecer de modo entrañable y sólido, y con ello a dinamizar la más que serena
vida local.
Entre los más
antiguos sin duda deben destacarse el Suizo y el
Royalty, que no debe confundirse con el Royalty hoy ubicado en
Calderón de la Barca, sino que era un gran local situado en la actual Avenida
de Calvo Sotelo, más o menos frente a Correos. Hablamos aquí de los más prototípicos cafés decimonónicos y de
principios del siglo XX, cuyas estampas todavía conservamos en viejas fotografías, con columnas, mesas de pie de hierro y tapa de mármol —del estilo de aquellas
«lapidarias» de La colmena—, bancos corridos y sillas de madera, desde la más
sencillas hasta las sofisticadas thonet. El Suizo se localizaba en el número 11
del Muelle (nuestro Paseo de Pereda de hoy) y al parecer contaba con grandes espejos,
camareros con mandil blanco, divanes en grana y verde y un alumbrado que
primero fue de gas y más tarde eléctrico. Aquí se congregaban los amigos de
Pereda y Enrique Menéndez Pelayo, José María Quintanilla, Federico Vial… El
Royalty fue sede de varias tertulias más o menos simultáneas y desde él se
promovió incluso la erección de monumentos en la ciudad, como el banco de
piedra del Doctor Quintana en el Paseo de Pereda, aunque se dice que su altura
intelectual no alcanzó la de las charlas del Suizo. También cabe mencionar el
Novelty, pionero es espectáculos
cupletistas; el Áncora, que frecuentaba Menéndez Pelayo; La Internacional, en
Becedo; o el Español, en la Alameda Primera, frecuentado por sectores menos
convencionales, situados a la izquierda.
Sede de discusiones
culturales sólidas fue también un curioso emplazamiento: la trastienda de la
Farmacia Hontañón (hoy Lavín y Camus, en Hernán Cortés, que conserva su estructura
original con mármol y columnas), adonde acudía con frecuencia José María de
Pereda, y las propias de las boticas de Arturo de la Vega y Ángel Lloreda en
Jesús de Monasterio o la de Venancio Gómez en la Plaza de Pombo. Tampoco era
desdeñable la tertulia de la Guantería de Alonso, en el número 9 de la entonces
denominada Calle de La Blanca.
Con el tiempo, como
es sabido, ha evolucionado el concepto de tertulia y de reunión amical e
intelectual. Las décadas han pasado y a la tertulia se han añadido elementos
complementarios: el arte y la música, esencialmente, aunque no solo. El sabor
de los locales no revestía tanta importancia como la presencia de quienes
concurrían a ellos o lo que en ellos se hacía. Y de este modo, existieron hasta
hace poco lugares como el hoy llamado Café del Poeta —hasta hace poco denominado El Juco— que en realidad era un
café-restaurante contiguo al Hotel Bahía donde solía en una mesa apartada
encontrarse a Pepe Hierro leyendo y escribiendo con su característica copa de
Chinchón; testimonio de esa actividad se conserva una placa en el lugar. Había quien se acercaba por allí a improvisar una tertulia inesperada
o bien a intentar obtener una dedicatoria con dibujo del maestro, si bien en ningún
caso constituyó un café literario propiamente dicho, dejando a un lado la insustituible presencia
del queridísimo poeta. Otros lugares apostaron por la inclusión de la música o
la pintura como factor estimulante de cultura: cómo no recordar en este sentido
el Drink Club de los hermanos Calderón. Otros establecimientos dieron prioridad
a la pasión por la literatura: la Floristería MilRosas, en la calle del Cubo,
realizó de la mano de su promotora, Charo Cuena, un repaso en vivo por toda la
literatura de la región todos los jueves iniciales de cada mes durante varios años,
hasta su desdichado cierre, y allí se podía encontrar a multitud de poetas,
pintores, escritores...
A día de hoy, las
tertulias se han desvanecido un tanto pero persisten los locales nostálgicos
que materializan iniciativas culturales y aglutinan en ellas a personas de perfiles
muy variopintos, favoreciendo su relación: bares como El Rvbicón en la calle
del Carmen (que incluso promueven una revista cultural anual) o restaurantes
como El Riojano, con su Museo Redondo de pinturas y su reservado en la planta
superior donde tantas conferencias y presentaciones de libros se han podido
disfrutar, constituyen el testimonio de una actividad que ojalá cambie de formato si es
preciso, pero no desaparezca jamás de nuestro horizonte humano.