LA MÁXIMA AGRIPINA



En el principio fue el susto. Pasadas las 20,30 de la tarde, Jaime Martín anunció a los devotos asistentes que esperábamos el recital de la mezzosoprano sueca Ann Hallenberg -muchos, por cierto, procedentes de fuera de Santander- que la cantante estaba indispuesta y que no se sabría si podía actuar. Poco después se nos comunicó que Hallenberg estaba empeñada en ofrecer el recital al público y que rogaba una espera para poder mejorar y salir a escena. Con una hora de retraso, tras asistencia médica, la mezzo se presentó sonriente ante los espectadores con inmensa generosidad. la espera valió la pena y no fuimos despachados precisamente de cualquier modo. Con semejantes antecedentes, cabría esperar y comprender un recital con defectos, una humana mala noche. Pero el huracán Hallenberg es demasiado imponente como para arredrarse ante un contratiempo que cualquier otro hubiera aprovechado para cancelar. Escoltada por la formación Il Pomo d'Oro, la mezzo se arrancó con un 'Ogni vento' de la Agrippina de Handel en que hizo gala de su espléndida y voluptuosa coloratura, de su timbre fastuoso, de las más bellas y elegantes ornamentaciones, de un dominio técnico absolutamente asombroso con igualmente asombrosa naturalidad. El programa, dedicado a las distintas Agripinas -tres- que nos ha legado la Historia Romana, e integrado en su mayor parte por arias que la mezzo sueca ha rescatado del olvido y grabado por vez primera en su recentísimo disco de DHM, se alteró ligeramente, suprimiendo dos de las piezas previstas (Orlandini en la primera parte y Graun en la segunda), si bien fuimos compensados con dos propinas finales no menos hermosas: el 'Qual nave smarrita' del Radamisto y 'Sta nell'Ircana pietrosa' de la Alcina, ambas del Caro Sajón. Si espléndida fue la primera parte, y aun a pesar de que supimos que la mezzo hubo de descansar de nuevo unos minutos antes de acometer la segunda de la noche, fue en esta precisamente donde cantó con más brillantez si cabe, abordando un 'Rimembranza crudel' del Germanicus de Telemann, aria lenta y cargada de emotividad, con estremecedora interpretación, plena de matices y expresividad. Frente a la pausada belleza de esta aria, la pirotecnia del 'Tutta furie e tutto sdegno' de Orlandino, con agilidades imposibles, aportó el cierre glorioso de la noche. De Il Pomo d'Oro cabe destacar la espectacular dirección del jovencísimo Maxim Emelyanychev, cuyo atrevimiento y capacidad recordaron por momentos al más sublime Currentzis, absolutamente atento a todos los colores de la orquesta, consiguiendo pasajes de extraordinaria claridad, gozosas intervenciones de las trompas y deliciosos diálogos entre violines.