Una de las más
esperadas citas del Festival Internacional en la presente convocatoria era el
concierto de la Orquesta Barroca de Friburgo con Petra Müllejans en la dirección
y en el violín y con dos solistas de lujo: la oboísta Susanne Regel y el
teclista Andreas Staier.
La OBF no necesita
presentación por su propia entidad desde hace ya casi treinta años, con un exquisito
sonido extraído de sus delicados instrumentos históricos, cuyas intrínsecas
dificultades jamás se manifiestan en esta magnífica orquesta. Müllejans es una
violinista de talla excepcional y tiene la inefable virtud de los grandes:
dirigir como si aparentemente no lo hiciera. Bajo su magisterio todo suena a la
perfección, como un preciso mecanismo de relojería no obstante dotado de alma;
gracias a Müllejans —violinista, por cierto, de extraordinario colorido, líneas
bien definidas, bellos contrastes y subrayado dramatismo en sus ataques no
exentos de absoluta sensibilidad— la Barroca de Friburgo ostenta una cuerda
soberbiamente empastada y aterciopelada, y lo mismo cabe decir de la
compenetración y cálido sonido del resto de instrumentos. Su maridaje con
Andreas Staier no es precisamente nuevo, como bien sabrán los conocedores de
sus excelentes grabaciones conjuntas, atentas a Telemann y los Bach,
caracterizadas por su rigor, precisión y expresiva pero serena belleza, marcas
propias que el clavecinista volvió a exhibir en la noche santanderina. En esta
ocasión el programa se orientó a la Tafelmusik de Telemann, y a los
conciertos BWV 1055, 1056 y 1058 de J. S. Bach. Susanne Regel nos deparó una
preciosa y chispeante interpretación de Fasch (FWV L:d4) y, desgraciadamente,
solo del Allegro de esa magnética obra de Zelenka, su Hipocondrie a 7 ZWV 187,
cuya integridad siempre se añora. Cabe reseñar como único «pero» del concierto
que tal vez hubiese sido conveniente ubicar a la formación en la Sala Pereda
por la naturaleza del repertorio y de la orquesta, por estrictos motivos de
proyección sonora, pues en este sentido se vio particularmente afectado el
clave.
Es evidente que el
programa estaba diseñado «para gustar», esto es, que se buscaron obras en su
mayor parte rápidas y virtuosas, representantes del barroco más fastuoso y vívido.
Como propina se disfrutó de un delicioso y más sosegado diálogo bachiano entre
Müllejans y Staier que cerró con suma elegancia la noche.