Aunque ya conocido de sobra en Santander, ha vuelto
Pierre Hantaï por nuestra ciudad dentro del marco de Música Antigua de la UIMP.
El repertorio propuesto es de los bien explorados
por el clavecinista francés, lo mismo en directo que en cedé, de modo que su
elección no supuso ninguna sorpresa para los devotos del instrumento y de su
superdotado intérprete. En el mismo sentido, tampoco constituyó sorpresa la
extraordinaria solvencia con que Hantaï desarrolló su concierto, rozando los límites
de lo suprahumano en una interpretación tan perfecta como variada. El
conocimiento exhaustivo de un repertorio puede llevar a su ejecución mecánica.
Doy fe de que no fue este el caso.
Hantaï es un tanto distante en el escenario. Va a
lo que va: a tocar. Y ciertamente lo hace con esa naturalidad y seguridad de
quien no solo tiene más que asimilada la música, sino de quien además tiene
dedos de sobra para darle vida. Tan atento estuvo a la gran línea como a los
pequeños detalles; en algunos se demoraba deliciosamente con ornamentos
cuasiinverosímiles, asimismo con inspiración portentosa en los mayores
entresijos contrapuntísticos.
Se apreció su progresiva comodidad ya en su ejecución
memorable de ese músico descomunal que fue Froberger, y en particular del Tombeau
de Mr de Blancrocher, calificado por el músico de «amicus optimus», y que
puede parangonarse sin desdoro al lado de la genial pieza homónima de Louis
Couperin, quien por cierto también integró parte del recital, lo mismo que François.
También se escucharon unas muy hermosas variaciones de William Byrd, natural
prolegómeno del mencionado compositor alemán, y un Bach y un Handel impecables,
con dos suites de magistral y exquisita diferenciación en todas sus danzas.
El único capricho que se permitió el clavecinista
fue la alteración del orden del programa impreso. Detalle de escasa importancia
cuando lo que importa es la supremacía indiscutida de la música interpretada
por un pura raza. Una vez más, gran jueves. Y ya van
tres.