FABIO BIONDI: MAESTRO ENTRE LOS SIERVOS



Fabio Biondi en la programación de verano de la UIMP. Iglesia de Santa Lucía. Jueves, 9 de julio de 2015.

En conversación mantenida con el maestro Biondi al término de su subyugante concierto en la Iglesia de Santa Lucía, en el marco de Actividades Culturales de la UIMP, decía con inusitada humildad el violinista que él era un mero siervo de la música.
El modesto vasallo que así se expresaba nos dejó con la duda de si lo suyo es servidumbre, entrega, compenetración o íntima fusión. El programa estaba perfectamente concebido, con una primera parte dedicada a los gloriosos y revolucionarios violinistas italianos de comienzos del XVIII: Corelli, mediática estrella del barroco del 1700 a quien debemos la perfección de la sonata a solo, la sonata en trío y el concerto grosso; Vivaldi, con una de sus afrutadas obras que recordamos tan bien trabajadas por la Europa Galante ya en uno de sus discos de Naive de los 90; y Geminiani, alumno de Corelli de quien sustrajo y elevó sus mayores artes. En la segunda parte se dio paso a «los diabólicos» tardíos: Tartini, Veracini y Locatelli, tres superdotados del violín venerados en los siglos subsiguientes y tocados por la gracia de dios o del demonio.
Hay que decir que el maestro Biondi comenzó un poco frío con Corelli y siguió con un Vivaldi un poco inverosímil en sus dos primeros movimientos hasta que en el Largo algo empezó a cambiar. El Guarneri empezó a transmitir una calidez que se redondeó con un Geminiani absolutamente antológico, acompañado al clave por una atentísima y delicada Paola Poncet, que también desde ese instante comenzó a crecer y a mostrar un precioso fulgor durante toda la velada. Tras la pausa, un genius se apoderó de Santa Lucía y de su musical oficiante, pues un magnético Tartini sirvió de antesala a una chacona de Veracini (op. 2 nº 12 de Sonate Accademiche) cuya tensa belleza y audaz fraseo nos dejó sin respiración; al fin, la magistral sonata en re menor, op. 6 nº 12 de Locatelli remató con su feroz dificultad y a la vez exquisita escritura un concierto perfecto, en que el díscolo virtuoso hace guiños a sus primeros maestros, Corelli y Vivaldi precisamente, desde una lúdica montaña rusa subrayada por las fantásticas ornamentaciones de Biondi.
El entusiasmo del público en pie propició una propina de Paganini, el Tiempo de Vals de la sonata op. 2 nº 6. Tras las últimas notas, sobrevino la noche y algo muy parecido a la felicidad.