HUMOR ELECTRÓNICO


Volvieron a Santander los chicos del Tricicle... o no tan chicos, aunque a pesar de los años —más de treinta— siguen en plena forma, por mucho que amenacen con que se les está vaciando el tarro de la esencias y que se van a retirar.
En esta ocasión ha recalado en la Sala Argenta del Palacio de Festivales el espectáculo Bits, que ya lleva su tiempo de rodaje por diferentes escenarios españoles y que pretende analizar las entretelas de nuestra neurótica sociedad de la información, valiéndose del recurso a una navegación internetera caprichosa que repara a golpe de ratón en diferentes aspectos cotidianos, que quedan así convertidos en materia de sketch. En este sentido, el hilo conductor del espectáculo es firme, aunque menos su sustancia, que quizá acusa una mirada girada en exceso hacia espectáculos o números anteriores, y también hacia el homenaje a grandes nombres del humor —Les Luthiers, Jacques Tati, incluso el mago Víctor Martí—, como agridulce pañuelo que se agitara desde escena.
A pesar de este pequeño «pero», el Tricicle es el Tricicle, y hubo en la noche de Bits momentos memorables: la propia apertura del espectáculo, con los tres gamberros bits vestidos de luces de colores; el pasaje del entrenador de fútbol, toda una lección de mímica bordada por Carles Sans; el hilarante encuentro entre el antidisturbios y el manifestante levantisco; momentos de la jornada de pesca (el vendedor, el viento, el inuit); el aterrorizado Paco Mir acosado por los helicópteros mientras espera ayuda en carretera, también brillante como deleznable depredador de discoteca y como último pelma nocturno de un restaurante, enganchado al succionante whatsapp. La esclavitud impuesta por el teléfono móvil, por cierto, fue uno de los objetos de burla preferidos en Bits. También se incorporó una novedad respecto a espectáculos anteriores: el uso de la palabra, si bien de una manera comedida.
Hubo igualmente flashes de todo punto geniales, apenas un brevísimo sketch, que apelan a minucias del día a día y que adquieren surrealista protagonismo bajo el enfoque genial de los triciclos: los carros de supermercado que se atascan o chirrían o ladean, la aventura de comprar ropa por internet. Por el contrario, los episodios más largos fueron los menos afortunados por obvios o redundantes: las viejitas en el súper, la carrera de abuelos, el cásting (a pesar de un magnífico Joan Gràcia en estado de ídem)... exhibieron un humor más básico, menos refinado. Por último, y de nuevo a favor, no puede dejar de mencionarse el espléndido y explícito homenaje rendido a Les Luthiers como uno de los logros de la noche.
En suma, Bits seguramente no es el mejor espectáculo del Tricicle, a causa de sus deudas abiertamente reconocidas, pero seguimos descubriéndonos ante la maestría de unos cómicos de primerísimo nivel que continúan haciéndonos disfrutar al máximo.