Si Rafael Álvarez «el Brujo» leyera esto, quizá se
sonreiría. Sobre todo después de la diatriba que anoche soltó en CASYC, en su
particular Odisea —inaugurando el ciclo Talía 2014— contra los críticos. Cayendo
en la hipérbole que le caracteriza, decía que a los críticos nos «jode»
(literalmente) que el público se divierta. Yo ya escribí una vez que en España ser
culto es sufrir. Así que podríamos estar hasta de acuerdo.
La Odisea del «Brujo», vaya esto por delante, no es la de
Homero, sino la suya. Hay fulgores de Homero en pasajes aislados: en el ritmo
del hexámetro subrayado por la percusión y la dicción, en el rescate literal de
algunos versos de inefable belleza, en el descenso por instantes a la hondura
real del poema helénico. Todo lo demás es «made in Álvarez». Lo que no está ni
bien ni mal. Pero es así. Lo que el «Brujo» plantea, para ser exactos, es una
Odisea para quien no haya leído la Odisea. Él mismo exhorta desde el escenario
a su lectura. Y desde esa atalaya, el montaje funciona. De otro modo, solo veríamos
inexactitudes múltiples y que el escenario en sí es una humorada, un dislate de
cacharros. Pero no. La Odisea del «Brujo» es un capricho, una excusa: para contar una
historia antigua que se ramifica en muchas actuales; para despotricar contra cuanto
leemos en la prensa; para repudiar el IVA cultural o la desfachatez de banqueros
y políticos; para cuestionar los principios y fines de la democracia; para
mofarse —ahí está genial— de los tahúres de la modernidad, la deconstrucción,
el minimalismo o las vanguardias; para acabar predicando una actitud de paz.
A estas alturas no vamos a descubrir que «el Brujo» es un animal
escénico nacido para el monólogo. Durante hora y media deambula, se ensimisma,
pierde el hilo, lo retoma, declama, se abstrae, viene y va un poco ebrio de esa
cosa intangible que llamamos teatro. Hace gala sin transición del humor más
fino y del más burdo; toca todos los palos del público, para que no se escape
nadie de vacío, para que todos tengan su ración, su pellizco de obra. Así que
cada Odisea es distinta; la de ayer no será la de hoy, igual que la de Mérida
no fue la del Canal. Pasen y vean y rían. A la crítica no le jode. Yo también
me reí.