A QUIÉN ECHAR LA CULPA

Sobre Maridos y mujeres, en la Sala Pereda del Palacio de Festivales de Cantabria. 

Si el amor y el miedo son los dos motores esenciales del ser humano, ambos también constituyen los dos esenciales acicates de su fragilidad. Y ambos han sido frecuente objeto de atención en cine y literatura. La película Maridos y mujeres, de Woody Allen, que en España se publicó además en versión teatral —en Tusquets—, supuso allá por los 90 otra de las incursiones en las filias y fobias de pareja, siguiendo la estela de grandes autores como Bergman, Strindberg o Albee, aunque sin su crudeza ni profundidad. 
Es ese texto teatral, precisamente, el que ha rescatado Álex Rigola para este montaje, en producción de La Abadía. Ahora bien, la amable acidez del neoyorquino, de cómoda digestión, se transforma aquí en una comedia de enredo con importantes concesiones a una cotidiana melancolía. En Maridos y mujeres nada nos sorprende ni ilumina ni espeluzna, pero existe un poso de desencanto que no por conocido deja de ensombrecernos, y que se equilibra con momentos histriónicos que recuerdan al Watzlawick de El arte de amargarse la vida. Que la gran baza de Maridos y mujeres son sus actores lo sabe Rigola muy bien. Y en efecto, se ha contado con un elenco de primerísima línea. A algunos ya se les había visto en la aclamada Veraneantes; otros, como la versátil Miranda Gas, que demuestra además en escena ser una gran cantante, resultan más nuevos; pero todos son espléndidos: comedidos o desmelenados según interesa a la situación (José Luis Torrijo o Elisabet Gelabert), soterradamente irónicos (Nuria Mencía), cínicos (Luis Bermejo) o neuróticamente complacientes (Fernando Soto). Cabe citar un momento especialmente reflexivo, mágico y conmovedor, en que Rain (Miranda Gas) empieza a susurrar la mítica canción de Gilda, Put the blame on Mame, siguiéndola a continuación ensimismados el resto de personajes. El espacio escénico se desnuda por completo —tan solo tres sofás y unas chaquetas, unas gafas y una peluca de quita y pon— para subrayar una interpretación y una dirección excelentes.