VENENO QUE NO MATA

En la noche del viernes llegó al Palacio de Festivales el último montaje de Mario Gas, en golpe pendular opuesto a la exuberancia del alabado Follies. En esta ocasión se trataba de una obra de cámara: montaje mínimo para el clásico duelo interpretativo de la pareja de actores de turno, aquí los argentinos Daniel Freire y Miguel Ángel Solá, al servicio de la breve pieza —apenas 60 minutos frente a los 80 anunciados en programa— del valenciano Rodolf Sirera, El veneno del teatro
No repetiré in extenso lo que se deduce per se: que la obra se hace eco de las teorías de Diderot en La paradoja del comediante sobre la implicación emocional del actor en la encarnación del personaje. Las reflexiones metadramáticas, igual que las metapoéticas, las metaartísticas y todas las demás de la familia «meta», son abundantes en la historia del teatro. La de Sirera es una más, seguramente no desdeñable pero tampoco excepcional, articulada sobre unos golpes de efecto entretenidos, que adquieren más forma de thriller circunstancial que de reflexión profunda, y que en todo caso resultan previsibles. 
La actuación de Freire y Solá sí invita al análisis que planteaba Diderot por cuanto la identificación de los actores con sus personajes es bastante inverosímil. Freire en su papel de actor seducido por el poder, y posteriormente engañado y desbaratado por él, se esfuerza en sobreactuar y mostrar una vis tan afectada como increíble. Por su parte, Solá, en la chaqueta, que no en la piel, del mefistofélico aristócrata que trama la perversa muerte del actor para obtener una interpretación veraz e irrepetible de los minutos últimos de Sócrates, nos deja fríos en el asiento —aparte de que apenas se le oye—, sin permitirnos mascar la dominante maldad que supuestamente destila su personaje. 
Además, nos preguntamos varias cosas: ¿cómo se acude a recurso tan extravagante cual el desproporcionado foco que baja del techo y ocupa toda la escena?; ¿por qué se lleva a los actores a los extremos del escenario si no es con el pérfido propósito de que no se les vea desde el patio de butacas?
En suma: un veneno teatral que nos dejó gélidos pero no logró matar.