EL JARDÍN DE LAS DELICIAS

Los devotos de la música antigua estamos de enhorabuena esta semana. A la programación prevista por la Fundación Botín se ha añadido por parte del Palacio de Festivales de Cantabria la presencia en este fin de semana del ensemble barroco Il Giardino Armonico, uno de los imprescindibles de la interpretación historicista y muy vinculado, por cierto, a nuestro país, a pesar de su origen italiano, precisamente por haber grabado en el Auditorio de Valladolid algunos de sus discos más celebrados o, al menos, populares, tales como el Sacrificium de Cecilia Bartoli o los Concerti Grossi, op. 6 de Händel. 
En esta ocasión, el repertorio programado recordó vagamente un disco de referencia de la formación italiana, su delicioso Viaggio Musicale, grabado hace años en Teldec, que contenía las mismas obras de Merula o Fontana que allí se encuentran, si bien no renunciaron a aproximarse a Schmelzer y a Telemann (a quien van a dedicar un monográfico de forma inminente) o a otros habituales de sus conciertos y discografía, como Biber o Vivaldi. 
Sería difícil subrayar los momentos más apasionantes de la noche. Quizá deba señalarse la extraordinaria personalidad de la Folía vivaldiana que cerró la parte primera del concierto, el impecabilísimo Biber —interpretado con absoluta maestría, sin apenas despeinarse—, la siempre preciosa, por escasa, inclusión del chalumeau —instrumento a medio camino entre la flauta y el clarinete— en esa belleza que es la Sonata en Fa mayor de Telemann (¡qué adagio!), y el Concierto en Do mayor RV 443 —icono musical inmortalizado por El pequeño salvaje de Truffaut—, donde Antonini concedió al flautín un protagonismo deliciosamente exacerbado, en un alarde de virtuosismo que encandiló sin remedio al auditorio. El bajo continuo resultó de lujo, con la gran Evangelina Mascardi a la tiorba (aún estamos de rodillas por su recentísimo Ferita d'amore en Arcana) y Riccardo Doni al clave, por no dejar de mencionar a los enormes Giancarlo de Frenza y Paolo Beschi. El primer violín no fue Onofri —a quien siempre se añora—, pero Stefano Marneschi nos satisfizo en grado sumo. 
Teatrales, entusiastas, exquisitos, tendentes a la improvisación y la sabia ornamentación, con un sonido delicado y luminoso, los milaneses nos regalaron una velada concertística ciertamente inolvidable.