LOS QUE MANDAN Y LOS QUE HABLAN


En estos tiempos en que es más verdad que nunca aquello que decía Quevedo —«y no hallé cosa en que poner los ojos / que no fuese recuerdo de la muerte» (o de la crisis)—, cualquier bobada nos sirve como lenitivo para distraernos de lo esencial, de los problemas que acucian, incluso del legítimo y perpetuo deseo de linchamiento que aun en su brutalidad nos dignifica cuando leemos en la prensa cada día columnas sobre el rodillo económico, la desvergüenza política, la impunidad bancaria, la supresión de derechos sociales y un largo etcétera de despropósitos que parecen salidos de la ciencia-ficción o de un alucinado ‘Blade Runner’ en que los perfectos replicantes han dejado paso a los corruptos chapuzas. 
Cualquier bobada, decía. Pues solo de bobadas, al fin y a la postre, por perversas que sean sus reales intenciones, cabe calificar los coletazos que torpemente asesta lo «políticamente correcto» cada vez que le da —poética estoy hoy— por «usar de la cabeza». La verdad es que no es el primer día que escribo sobre este asunto, pero es que quizás por ser tauro le entro al trapo en cada ocasión que lo veo o lo oigo, que es con frecuencia. Y por lo que parece a la RAE le pasa igual, pues una vez más se ha vuelto a pronunciar explícitamente sobre el engendro. 
No sé ustedes, pero yo —mujer y filóloga— me fatigo enormemente cuando escucho a nuestros políticos dirigirse a nosotros a diario con el doblete «ciudadanos y ciudadanas», «todos y todas», «compañeros y compañeras», etcétero y etcétera. Los medios de comunicación, renuentes en un tiempo, ya se han lanzado de cabeza a la adopción de la consigna oficial y también nos cuentan lo que dicen los diputados y las diputadas, o que los parlamentarios y las parlamentarias del Grupo A no han logrado alcanzar un acuerdo con los parlamentarios y las parlamentarias del Grupo B. A tal punto hemos llegado que no solo una por fortuna exministra socia-lista nos obsequió en su día con un rotundo «miembros y miembras» en su primera comparecencia parlamentaria, sino que el actual ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, padeció la maldición del escorpión de jade en su también primera intervención pública, deslizando otro «miembras» en su discurso. Todo se contagia menos la hermosura. 
La razón de este modismo agotador es supuestamente igualitaria «paritaria», si hemos de secundar de nuevo la abstrusa terminología política (será por semejanza con paritorio)—. Y como decía Barral que nada existe hasta que no se nombra, pues ya se le ha buscado al asunto hasta una denominación que antes no tenía: «lenguaje inclusivo». Ahí es nada. Con ese marbete ya tenemos montado el chiringuito del argumento de autoridad. 
Realmente, es difícil rastrear cuál fue el origen abominable de «la cosa» (no aludo, evidentemente, al origen de la corrección política, de raíces estadounidenses en las que no procede entrar ahora): ¿tal vez aquel célebre «jóvenes y jóvenas», llamado a hacer historia en los usos idiomáticos de nuestro país, o quizá el creciente auge de asesores áulicos (donde áulico no quiere decir precisamente que hayan pasado por las aulas) sobre materias inverosímiles? Es evidente que estos asesores desconocen el principio de la navaja de Ockham (aquello de no multiplicar los entes lingüísticos innecesariamente). Es evidente que estos asesores no han oído la existencia del principio délfico «conócete a ti mismo» (de saberlo ya habrían ido con escoplo y martillo a añadir «y a ti misma»). Es evidente que estos asesores no se manejan con el castellano más elemental, sobre el que darles clase en este instante sería demasiado laborioso. Es evidente que estos asesores —a los que ahora se han unido sindicatos y organismos varios, ninguno de ellos vinculado a la Lingüística— se han metido a filólogos sin pasar por la carrera, que la desigualdad de la mujer nos urge y no está para ir a la Universidad. 
Nadie duda que la abolición del masculino genérico traerá la equiparación de derechos del varón y la mujer, la supresión de las diferencias salariales, el término del terrorismo doméstico, la implantación del respeto social hacia el sexo femenino. Que se enteren las jóvenas de que, por serlo con ‘a’, se acabaron de un plumazo sus problemas. Y aquí la RAE a callar, que para eso son de letras, y a los de letras nunca se les tiene en cuenta para nada, porque están fuera del sistema productivo. El mundo está hecho para los de ciencias, para los que manejan los números, que como son tan sabios, nos han llevado a donde estamos. Y además son los que mandan. Ya solo queda esperar que algún día lleguen a mandar mejor —y a saber más— de lo que hablan.