ZARZUELA DE ALTOS VUELOS


José de Nebra: Iphigenia en Tracia. 
Zarzuela en dos jornadas con libreto de Nicolás González Martínez 

Marta Almajano, soprano (Ifigenia). María Espada, soprano (Orestes). Raquel Andueza, soprano (Dircea / Mochila). Soledad Cardoso, soprano (Polidoro). Marta Infante, mezzosoprano (Cofieta). Carlos Javier Méndez, tenor (en coro). 
El Concierto Español 
Emilio Moreno, dirección 

Glossa, 2011. 2 CD. 53'51'' y 43'06'' 
Disponible en www.diverdi.com 

Cuando Eurípides compuso su Ifigenia en Táuride, allá por el 414 a.C., dibujó una de esas situaciones extremas que eran tan del gusto de los trágicos griegos en tanto implicaban una ruptura de reglas humanas y divinas que acarreaba una debacle de lo más teatral. Todo arrancaba de aquel terrible episodio del sacrificio de Clitemnestra a manos de su propio hijo, Orestes, quien enfureció con tal acto a las Erinias —divinidades vengadoras del asesinato materno—, viéndose con ello obligado a huir hasta una región a orillas del Mar Negro, la Táuride, cuyos habitantes —los tauros— se dedicaban en su tiempo libre al saqueo y al apaleamiento y decapitación de los foráneos. Da la casualidad de que en tan hospitalario territorio se encuentra como oficiante del templo de Artemisa la hermana pusilánime de Orestes, Ifigenia, que no obstante no vacila en darle matarile a todo náufrago que se le pone por delante. 
Con estos mimbres y con errores geográficos garrafales y asimismo con una configuración entre el dramma per musica italiano y la pieza típicamente barroca, calderoniana por más señas, en estructura, motivos y personajes, Nicolás González Martínez escribió un libreto para la última zarzuela de José de Nebra, quien a continuación se pasaría al repertorio sacro. La verdad es que a efectos musicales importa poco que la Táuride se convierta en Tracia (¡!) por una extraña mutación del libretista; el texto es encantador, pero más aún lo es la música de Nebra para esta historia truculenta en la que no faltan los tópicos del intercambio de parejas, del descubrimiento de identidades escondidas, del reencuentro de personajes largamente distanciados o las escenas de graciosos. 
Esta Iphigenia en Tracia viene a redundar en la recuperación de la obra de un José de Nebra en estado de gracia, que hubo de colorear desde su Calatayud natal los escenarios de la España del XVIII. En particular esta zarzuela se estrenó en Madrid en el invierno de 1747, reiniciando la actividad teatral y musical que se hallaba clausurada desde el año inmediatamente precedente a causa del luto oficial impuesto por causa de la muerte de Felipe V. Nebra, a la sazón primer organista de la Capilla Real, fue brillante en la composición de zarzuelas lo mismo que en la de óperas, comedias de santos o autos sacramentales. Su elegancia italiana aderezada con un garboso casticismo patrio impregnaron la obra de este especialista en música escénica que dominó los teatros públicos madrileños durante los reinados de Felipe V, Luis I, Fernando VI y Carlos III. 
Emilio Moreno y El Concierto Español realizan aquí un magnífico trabajo de recuperación y adaptación. De recuperación en lo que respecta a la depuración de la partitura, de adaptación en lo referente a la supresión de las partes habladas —conducente a la conservación de lo estrictamente musical— y a la observancia de los usos de la época —instrumentos, modo de tañerlos, ornamentaciones, dicción del castellano, etc.—. El resultado es una interpretación solvente y briosa, con contrastes muy subrayados y que arropa magníficamente a las cinco solistas, por otra parte de excepción, pues todas ellas se encuentran sin duda entre lo más granado de las cantantes españolas actuales: Almajano y Espada demuestran apabullante poderío, Andueza su irresistible ternura, Infante y Cardoso su gracia y expresividad.
Si ya la ópera Amor aumenta el valor (sello Alpha) nos había conquistado con su extraordinaria belleza, esta Iphigenia en Tracia —zarzuela de altos vuelos— nos roba definitivamente el corazón. Si a ello se añade la delicada presentación de Glossa, este disco se convierte en un capricho muy difícil de eludir.