LUCRECIA EN VERSO Y PROSA


La violación de Lucrecia es un poema salido de la pluma de un joven Shakespeare que apenas contaba treinta años. «No tan joven», podrá pensarse; pero sí, si reparamos en que es a partir de esa edad cuando Shakespeare empieza a escribir sus primeras obras de teatro verdaderamente mencionables (por supuesto, ya había hecho pinitos previos, por cierto bastante desdeñados por la crítica) y que, desde luego, sus obras maestras no llegarán sino diez o quince años más tarde (Hamlet es de 1601 y El Rey Lear o Macbeth son de 1608). La violación de Lucrecia, basado en la obra de Ovidio y Tito Livio y dedicado a su mecenas y amigo, el Conde de Southampton, es un poema largo, con aislados destellos de genialidad shakespeareana pero en el que predomina una grandilocuente retórica, cuyo recitado completo bien podría llevar unas dos horas.
Me molesto en comentar todo esto a modo de escueta introducción no sólo por los magníficos programas de mano con que nos obsequia habitualmente el FIS, en los que la información técnica brilla por su ausencia, dejando paso a la mera descripción (con frecuencia elogio) insustancial, sino porque me parece que está intrínsecamente relacionado con la naturaleza del espectáculo que hemos tenido ocasión de ver representado en este LX Festival.
Opiniones sobre Nuria Espert hay para todos los gustos: desde quien la considera una gran dama del teatro hasta quien no soporta sus en ocasiones desmesuradas interpretaciones. No creo que se deba entrar en unas ni en otras, sino intentar atenernos a lo que se vio sobre el escenario el domingo pasado; por lo demás, he leído en diversos medios de prensa nacionales reiteradas críticas de, a mi juicio, pésimo gusto, insistiendo en que «para la edad de la actriz, este ha sido un reto importante». El DNI de Espert debiera resultarnos indiferente a la hora de valorar su trabajo, que es de lo que se trata; entendemos tácitamente que si Nuria se sube a un escenario es porque se siente con capacidad de hacerlo.
Como al principio comenté, lo que se lleva a las tablas no es una obra de teatro, sino un poema. Un condicionante que, per se, marca sus reglas. Es evidente que se ha intentado convertir el texto lírico en dramático mediante una versión realizada ad hoc por José Luis Rivas (versión que, dicho sea de paso, aunque no vamos a entrar en ello, prescinde de algunos de esos destellos de genialidad shakespereanos que antes mentábamos), con dirección de Miguel del Arco. Una vuelta de tuerca añadida la ha constituido el hecho de que sea Espert quien se meta en la piel de los diferentes protagonistas del poema del Cisne de Avon. Algo que sin duda constituye una osadía (dicho sea en sentido positivo) y a la vez, quién podría negarlo, un riesgo. El resultado es un texto ininterrumpido de una hora y cuarto que se ve tan sólo truncado por dos ráfagas musicales de Arvo Pärt (comienzo y fin) y una audición quizá un poco excesiva de una violación (hacia la parte central de la obra, con un varón resollante y una mujer que chilla sin tino). Por lo demás, la obra se introduce con un recurso un tanto gastado, como es el de la actriz hablando por teléfono móvil con un amigo al que indica que no puede asistir a una invitación porque está preparando un texto de Shakespeare, de nombre La violación de Lucrecia. Toda una sorpresa.
Lo que sigue a continuación es el monólogo de Espert ejerciendo de Narrador, Tarquino, Lucrecia, Colatino y Bruto. La actriz, como es lógico, tiene sus altibajos en el desarrollo del asunto, pero en líneas generales podemos decir que sale airosa del reto. Se echa bastante en falta una mayor intensidad de la acción —los hechos que tienen lugar en el poema son extraordinariamente violentos y trascendentes, y en escena quedan un tanto disminuidos: un forcejeo, una violación, un suicidio, un destierro, un cambio de régimen político— e incluso la presencia física del resto de personajes; si bien estos son ya aspectos relativos al montaje que nos conducirían a su discusión. ¿Demasiado obvia la presencia del mancillado y doselado lecho conyugal? ¿Quizá un escenario más limpio y menos evidente hubiera resaltado el difícil trabajo de la actriz? En este sentido, sí constituyeron un acierto los diferentes efectos acústicos introducidos en sustitución de los objetos físicos que representaban: llaves, puertas, armas, etc. La iluminación, sin ser prodigiosa, subrayó la poesía de algunos momentos.
En suma, una jornada de teatro con aciertos y desaciertos, atribuibles en ambos casos tanto al montaje como al propio texto, pero de la que, no obstante, no se sale indiferente.