CRÓNICA DE UNA MUERTE ANUNCIADA


El acontecimiento par excellence del verano santanderino va aproximándose. Me refiero, como no podía ser de otra manera, a la nueva edición del Fistival Internacional de Santander, de cuya programación detallada hemos tenido noticia en días recientes. El asunto no es baladí, pues la convocatoria cumple ya su sexagésimo cumpleaños: una fecha para recordar. Quién lo duda. Somos, pues, ciudadanos en uso y disfrute de un festival no sé muy bien si vetusto, provecto o venerable, que cualquiera de los tres adjetivos le encajan a la perfección. A pesar de que su director anunció hace ya tres años su retirada, seguimos en la brecha. Algo ya nos sospechábamos –y no precisamente algo halagüeño– en el año 2010, cuando el mandatario infinito enunció en la prensa aquella célebre frase: “ahora que somos jóvenes”. De nuevo: quién lo duda. José Luis Ocejo continúa al frente del emblemático barco fistivalero sin inmutarse. Por él no pasan los años. Por quien sí que pasan es por la programación. Y he ahí el quid de la cuestión. Así que no me extraña demasiado leer que el Fistival Internacional de Santander acaba de firmar un convenio con el Igualatorio Médico de Cantabria (que por otra parte, como institución profesional merece todos mis respetos); se me antoja medida cuando menos práctica y prudente a la vista de la antigüedad –tradición, si se prefiere– del evento, su director y la de gran parte de sus participantes. Pero entremos ya en materia, sin perder de vista la mascarilla de oxígeno, por si nos hiciera falta, ya que en este año va a ser cortesía de la casa.
Ya en sus últimas ediciones, el FIS viene haciendo gala –es un decir– de una decadencia notable y notoria. Cada año es peor que el anterior, y en realidad no hay razón aparente que lo justifique, aunque es evidente que, existir, esa razón existe, y además tiene nombre y apellidos. Por razones aún más inexplicables, venimos asistiendo a esa decadencia sin que nadie –nadie con capacidad de acción, se entiende– haga nada por evitarlo. Las entradas son muy caras, gran parte de los espectáculos son reiterativos y carentes de la calidad más elemental, la asistencia de espectadores cada vez más baja. Mas seguimos remando, prietas las filas y con renovados ímpetus. Todos sabemos que la decadencia acaba por conducir a la agonía, la agonía al estertor y el estertor –que puede durar más o menos– a la muerte. Es el proceso natural de todo ser que en algún tiempo estuvo vivo. Si hemos de localizar el proceso en que nos encontramos en este mismo instante, posiblemente nos hallemos ya en la fase del estertor. Cuando uno “estertoriza” (si se me permite el palabro) suele decir cosas de interés. Goethe dijo aquello tan famoso de “Luz, más luz”. Los rectores del FIS, en cambio, aun viendo cercana la guadaña de la pálida dama, siguen diciendo “Dinero, más dinero”. Es el discurso invariable de los últimos años y se ha insistido en él con especial minuciosidad en la edición actual (bueno, también han dicho que miran hacia Europa, pero no sabemos por qué). La crisis es mala, muy mala, y ello nos deja “perdidos, sin rumbo y en el lodo”, como reza uno de mis boleros favoritos. Así nos quedamos tan Panchos (nunca mejor dicho) y justificamos algunos de los caracteres esenciales del FIS 2011, que a continuación paso a desgranar.
En general, hay recortes por todas partes. La ópera inaugural que venía siendo marca habitual del FIS, en este año es en versión concierto, suponemos que con dirección de Mary Quant. Tampoco es para lamentarlo mucho, porque últimamente estábamos que no dábamos pie con bola, cuando no seducidos por propuestas llegadas de registas de la Pampa. A cambio, podremos disfrutar en Laredo de unos Aullida Burana interpretados por la Coral Salvé (¿puede alguien recordarme el nombre de su director?).
La reiteración, por el contrario, que también es marca de la casa, se mantiene y acentúa. Roberto Scandiuzzi, Diletta Rizzo, José Cura, el Cuarteto Parisii (al que echábamos ya en falta tras un fugaz descanso), David Mason, Schlomo Mintz, la Scola Gregoriana Brugensis… No entremos a reseñar la fecha de nacimiento de la mayoría de ellos. En cualquier caso, todos redundarán en la originalidad del Fistival y en lo atractivo de una propuesta nunca contemplada en Cantabria hasta la fecha.
Por lo demás, es de esperar que el FIS cuente con un buen equipo jurídico, no vayan a ser denunciados por explotación laboral. A Lucrecia Espert van a violarla cuatro veces en días consecutivos y los de Poznan también estarán dándole al callo durante cuatro jornadas en un mix con partituras que van de Haydn a Verdi pasando por Lizst o Granados (ahí es nada). Javier Gastón dará ¡¡seis!! conciertitos seguidos, suponemos que por un módico precio.
Este año no hay orquestas de relumbrón (tampoco es necesario para tener un buen festival, dicho sea de paso) pero a cambio nos ponemos poéticos y optamos por la nostalgia, por el spleen. La nostalgia, en griego, es “el dolor del regreso”, y en eso incurriremos, con probabilidad, al retornar a la Plaza Porticada, más que nada por aquello de que segundas partes nunca fueron buenas… Quizá tampoco deberíamos citar incongruencias tales como el desdén absoluto hacia el año Handel en 2009 y la programación en cambio de ‘El Mesías’ en agosto (fecha por lo demás sumamente apropiada) en este año; una incógnita será lo que haga con este oratorio la Orquesta Barroca de Elbipolis, que es ciertamente buena de por sí, aunque este repertorio quizá no parezca lo más apropiado... o sí: lo veremos.
Eso sí, me sigue pareciendo un enigma que, en materia de música antigua, el FIS de vez en cuando acierte. Es lo que tiene el milagroso dado del azar –o quizá del Festival de Granada. Y cito esto en último lugar por no dejar un mal sabor de boca. Que conjuntos como Alia Mvsica (mejor con ‘v’ que con ‘u’, como aparece en el programa) o el Ensemble Organum (que no obstante ya se conoce en nuestra ciudad por la Fundación Botín) estén aquí me parece una grata oportunidad a la que siempre, como oyentes, se debe volver.
De modo que ya tenemos servidos en bandeja los últimos párrafos de Crónica de una muerte anunciada. Sólo nos queda aguardar el final de la obrita; un final que ya nos está resultando un poco lento. Nos sentaremos a esperar como Penélope esperaba en la estación, “meneando el abanico”. A ver si con el aire se remueven cosas.