ÁNGEL AZUL Y AMARGO

En una gira que desde finales del año pasado lleva recorriendo varias ciudades españolas, acabó por recalar en Santander, dentro de la programación del Palacio de Festivales de Cantabria, el espectáculo The Bukowski Project, sustentado en un montaje alumbrado por Mario Gas y Ute Lemper al calor, a veces asfixia, de la poesía del controvertido escritor alemán nacionalizado norteamericano, célebre por su literaria “suciedad”.
Aunque en principio estaba programado un aperitivo a base de canciones del repertorio ya clásico de la diva cabaretera (Kurt Weill, Bertolt Brecht, Jacques Brel, Blue Angel…) para dar paso así al nuevo proyecto, se invirtió el orden previsto, y se entró a matar directamente con Bukowski. En escena, dos pantallas de vídeo asimétricas, una butaca, un carro vacío de supermercado y varios papeles arrugados en el suelo. Instrumentos musicales a la vista. Mario Gas pone cruda dicción y risa agria (quizá excesiva risa agria) al poeta. Merodea con cuartillas en la mano, poemas a medio escribir, delirios de cuerdo borracho. Al paso le sale una serpiente rubia en cuero negro, alter ego, espejo roto, mujer fatal con voz de ángel caído. Ute Lemper es canalla y hace con ello lo que quiere, porque puede. Empiezan a desgranarse los poemas de Bukowski, más de una treintena. Se deshojan uno a uno; tal vez son demasiados. No toda la literatura de Bukowski se conserva por igual; hay poemas en whisky, otros en formol, otros en soja. Algunos son groseros; ya lo sabemos, no sorprende, es el precio del “directo” en la escritura. Otros están viejos, revenidos. Hay a ratos versos-flores que brillan como cristales astillados en mitad de la basura. Así es la poesía de Bukowski, una poesía alejada de la literatura y con trazas, no obstante, de modelo literario, cuyos epígonos colean aún. Una poesía entregada a un mundo abyecto aun sin ser, ni mucho menos, el más abyecto de los mundos posibles; porque esa, la más hedionda realidad, escapa a la contención que imponen las páginas de un libro, por muy amargo o corrosivo que este sea.
Lemper se despliega a gusto en un espectáculo concebido en gran parte por ella y por ello concebido a su medida. Las imágenes van sucediéndose en las pantallas del fondo, en general atinadas; gustan sobre todo las que reflejan a los propios personajes en escena, con un blanco y negro granulado que evoca los años 40 y 50. Y sin embargo, parece que nos hubieran sustraído un poco a la Lemper que amamos, como si le hubieran puesto unos zapatos demasiado grandes o demasiado pequeños. No la escoltaba con gusto el atronador volumen de la música, del canto, del recitado; la diosa azul no necesita de amplificaciones, tiene fuerza más que suficiente por sí misma. Se hubiera agradecido menos estridencia sonora y más intimismo. La poesía suena más alta cuanto más baja se recita.
El diálogo va progresando y acaba en abrazo físico y metafórico entre Lemper y Gas. Ahí debió terminar el espectáculo, de hora y media de duración, en ese preciso abrazo. Hubiera sido una propuesta bien cerrada, coherente. La segunda parte fue un postre delicioso pero breve y un tanto extemporáneo: la diosa azul había echado ya los restos en el Bukowski Project, y aunque relató en inglés con gracia extrema el deterioro del titanio del Guggenheim como preludio a su “Bilbao”, y derramó en su actuación la seducción acostumbrada, tal vez no era ese plato el adecuado en esa mesa: demasiadas migas de guerra en el mantel como para volver la vista impunemente a los felices años 30…