ARTESANTANDER 2008: BUSCANDO LA MADUREZ

Un año más –y ya es el decimoséptimo, y más en concreto el séptimo desde su radical cambio de dirección y concepto– se ha celebrado la feria Artesantander, mediado el mes de julio, como bocado principal de los innúmeros “fastos” precedentes a la Semana Grande santanderina. En estos últimos siete años la feria ha venido evolucionando en la búsqueda de una identidad un tanto escurridiza, con referentes claros y tendencias más esquivas, también con modificaciones y ensayos sucesivos que dejan al descubierto esa naturaleza de criatura aún gateante que tiene que comer algunas sopas para adquirir la verticalidad. No debemos asombrarnos. Pocos son los proyectos que nacen como mueren, y no son precisamente estos los ejemplos más loables. En todo caso, se nos hace larga la travesía de tanteos, y es de esperar que la ansiada luz al fin del túnel empiece a entreverse en ediciones inminentes.
Muestra de estas oscilaciones que se citan sigue siendo la patata caliente de la asignación de stand en las plantas de arriba o de abajo, así como los trastabilleos en la sugerencia de espacios y actividades. Todos los años aguardamos con expectación la solución del conflicto entre determinadas galerías de Cantabria y la organización de la Feria, y todos los años asistimos a la misma partida de dardos: polémicas declaraciones por uno y otro flanco, incapacidad de acercar posiciones y, en síntesis, más de lo mismo de siempre. La planta de abajo de la feria, que al fin y a la postre es eso, la planta de abajo, y que en un principio se pensó que albergara y contentara a las galerías “desterradas” de la “planta VIP”, se transformó el año pasado en el Proyecto CotaUno, espacio también para las galerías desterradas, pero ahora con nombre propio y con vistas a la promoción de artistas emergentes de Cantabria. La experiencia resultó satisfactoria sólo a medias, dado que este año ha habido cambios en las galerías participantes y los valores emergentes se han reducido considerablemente: de los doce espacios representados –de los cuales cuatro hacen doblete en la planta de arriba–, siete presentan artistas de más de cuarenta años, rebasando incluso cuatro de ellos la cincuentena. La dedicación de cada stand a un solo artista parece un gran acierto, que beneficia más a los artistas que a los galeristas; menos afortunada es la disposición de los espacios en la planta, en torno a un gran vacío central que, cuando no está ocupado por alguna intervención –es decir, la mayor parte del tiempo–, resulta antiestético y desangelado.
Otro de los aspectos tremolantes de la feria es el Foro de Arte y Coleccionismo, que según avanza en ediciones –este año era la V– va perdiendo corporeidad, amenazando con llegar a la anorexia. La cosa se ha limitado a la celebración de dos mesas redondas que, como puede suponerse, no dejarán una impronta indeleble entre los escasos asistentes al asunto, básicamente por lo efímero e informal de su carácter. La “peculiaridad” de este foro, unida al hecho de que Artesantander se plantee justamente en el límite de la quincena de julio nos hace cuestionarnos cuál es el verdadero enfoque de la feria, dado que la gran afluencia de visitantes a nuestra ciudad comienza precisamente a partir de esa fecha. Quizá sea esta una de las asignaturas pendientes de la feria: la de delimitar su deseado público… o incluso la de delimitar el acceso mismo del público. Un par de galeristas me confesaban su preferencia por una feria que fomentara el contacto entre galerías y con los coleccionistas habituales y evitara a los compradores de paso, en una orientación semiendogámica del arte. Recordemos que en su primera edición al frente de ARCO, Lourdes Fernández manifestó que los visitantes entorpecían los propósitos de la feria y que lo idóneo sería cerrarla para grandes coleccionistas e instituciones. Una utopía cuya realización exigiría desde el punto de vista ético una exclusión de los dineros públicos en sus negocios particulares y una gran cantidad de potentes compradores que sostengan en exclusiva el chiringuito; o sea, una utopía.
El caso es que citamos ARCO y Artesantander sigue queriendo parecerse, tal vez, a un ARCO pequeñito, muy pequeñito y en peninsular –no “internacional”, a pesar de su rótulo: es natural–, tal vez porque muchas ferias quieren parecerse a ARCO; pero querer parecerse a ARCO es como querer ser John Malkovich: muy duro, ya nos lo contó Spike Jonze. Quizá se trate de secundar una tendencia demasiado uniforme, con demasiado arrastre, pero tal pretensión, como concepto, tiene su precio. Particularmente se echa en falta más imaginación, propuestas inusitadas, detalles –el catálogo de la feria es un objeto poco apetecible y defectuoso en presencia y planteamiento, sin siquiera un índice de artistas–, todo aquello que la emulación no proporciona y que no se paga con dinero… todo aquello, en suma, que puede dar carácter exclusivo a un gran evento como Artesantander. A cambio, hay que decir que la feria ha ido ganando en comodidad y atractivo para el visitante, adquiriendo además un rango medio que excluye a las grandísimas firmas –con contadas excepciones– para beneficio de un comprador más de a pie; un comprador que, no obstante, sigue resistiéndose a asomar la oreja.
De cualquier modo, es innegable que Artesantander ha devenido ya una de las citas ineludibles del verano y una ocasión para el diálogo, el intercambio, la curiosidad, la reflexión y el disfrute, también para seguir la trayectoria de artistas ajenos y promover los propios, para acceder a nuevas firmas y reencontrar las conocidas. El año próximo acudiremos otra vez a su llamado, en busca de las sorpresas que siempre nos depara el arte.

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