Georg Frideric Haendel: LE CANTATE PER IL MARCHESE RUSPOLI (Cantatas Italianas, vol. II)

Roberta Invernizzi, soprano
Emanuela Galli, soprano
La Risonanza
Fabio Bonizzoni, clave y dirección

Glossa, 2007. 74’03’’
Distribuye: Diverdi


En cuestión de cinco años se ha desatado un interés notable por un repertorio peculiar del joven Haendel: el relativo a su temprana estancia en Italia, entre 1706 y 1710. Nos referimos, por más concretar, a la serie de Cantatas Italianas alumbradas por el compositor de Halle para deleite de sus influyentes mecenas; composiciones aparentemente livianas por su concepto privado y a la vez tan inspiradas que constituyeron en varias ocasiones la base a partir de la cual nacieron con posterioridad algunas de las grandes arias del Sajón. En el último lustro han grabado algunas de estas cantatas con desiguales resultados y “picoteando” entre ellas Gérard Lesne y Sandrine Piau, Ann Murray, Natalie Dessay, Magdalena Kožená o Jochen Kowalski. Pero nadie se ha atrevido a emprender lo que ahora acomete el excelente sello Glossa: la integral de las Cantatas Italianas ‘con strumenti’, en nueve volúmenes de progresiva aparición.
Las Cantatas para el Marqués de Ruspoli dan cuerpo al volumen número 2 de esta serie, probablemente el más exquisito de los tres que han aparecido hasta la fecha (Cantatas para el Cardenal Pamphili y Cantatas para el Cardenal Ottoboni son el primero y el tercero respectivamente), aunque escasa, bien escasa, es la distancia de calidad entre ellos. Las Cantatas de Ruspoli fueron compuestas en honor de la jovencísima soprano de 21 años Margarita Durastante, al parecer muy del gusto del marqués. El disco se inicia con la Armida abbandonata, inspirada en la célebre epopeya de Tasso, Jerusalén Liberada; cantata plena de ruego y de violencia en boca de Armida, hechicera despechada. A esta siguen Diana cacciatrice, conservada fragmentariamente; Tu fedel, tu costante?, relativa a la ira femenina, magníficamente encarnada en su turbulencia y lo abrupto de sus acordes; Notte placida e cheta, de ambientación natural, articulada en cuatro parejas de recitativo y aria; y Un’alma innamorata, probablemente dedicada a Vittoria Tarquini, un amor juvenil de Haendel, que serpentea al ritmo agitado del violín.
Emanuela Galli brilla en su interpretación de cuatro de las cantatas del disco, emociona y vibra, en tanto que Roberta Invernizzi hace lo propio en Diana cacciatrice, de modo semejante a su previa y deliciosa interpretación de las Cantatas para Pamphili. Bonizzoni encuentra el grado justo de pasión, calidez y entrega al frente de La Risonanza, grupo de espléndidos solistas afanados con éxito en encontrar matices. Un gran disco, que a su contenido y bella presencia añade además un magnífico libreto.

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