MOSCAS A CAÑONAZOS

Durante el pasado fin de semana se representó en la Sala Pereda del Palacio de Festivales de Cantabria una obra peculiar, Hay que purgar a Totó, salida de la mano del autor francés Georges Feydeau poco antes de su entrada en los paisajes sin retorno de la sífilis y la locura. Feydeau fue en su momento, en el tránsito del XIX al XX, un autor de éxito, consagrado esencialmente al vodevil y productos afines, conocido por trabajos como La dama de chez Maxim o La pulga en la oreja. Haciendo un poco de memoria, sin embargo, Hay que purgar a Totó puede resultarnos más próxima, teniendo en cuenta la versión cinematográfica no mala que realizó el gran Jean Renoir allá por los comienzos de los años 30 (On purge bébé), en la que aparecía un incipiente Fernandel. El responsable de esta recuperación para las tablas de la obrita de Feydeau ha sido Georges Lavaudant, apreciable director de quien en 2007 tuvimos ocasión de disfrutar, también en el Palacio de Festivales, su excelente montaje Play Strindberg.
Con Hay que purgar a Totó Lavaudant repite en parte tema y hasta elenco. Si Play Strindberg planteaba las terroríficas desavenencias conyugales desde la perspectiva atormentada del dramaturgo sueco, con importantes concesiones al fragor de la batalla léxica y con Nuria Espert como pivote femenino para un trío de ases que oscilaba entre la comedia descarnada y la tragedia hilarante, la obra de Feydeau participa lejanamente de estos mismos ingredientes (misoginia, crítica burguesa, infierno conyugal), con Nuria Espert incluida. Sin embargo, lo que en Strindberg estremece en Feydeau sólo causa una ligera sonrisa y hasta un cierto hastío, dado que hacia la mitad del texto –por otro lado no muy largo– se conoce cuáles han de ser cada una de las piedras del camino en que tropezarán sus personajes (ingenuos tópicos y escatologías escolares) y, por supuesto, el desenlace. Del mismo modo, Espert se vuelca con todos sus recursos en un papel de comedia de restringida dignidad, que por fuerza es un pálido reflejo del de Strindberg, de vuelo mayor e incomparable. Este es, sin embargo, el precio que ha de pagarse por implicarse en el vodevil, un género que tuvo su tiempo y cuya canción, como la del poema de Panero, suena a gastado y a antaño. Creo que era Henri Bergson quien decía que el vodevil es a la vida real lo que el muñeco articulado al hombre que camina: pues eso.
De manera que nos encontramos a Georges Lavaudant metido hasta las cejas en un proyecto muy limitado, pero con tres grandes actores por una parte, y con una serie de recursos importantes por otra: atinada dirección, como en él es habitual, y original y sugerente ambientación escénica (un despacho de paredes inclinadas y claustrofóbicas, empapeladas con unas ostentosas y amenazantes rosas cuasicarnívoras). En definitiva, una serie de elementos que contribuyen a revestir de relativa importancia un texto que de otro modo, como ya se ha dicho, pasaría totalmente inadvertido en nuestros días. Y aquí es donde nos preguntamos si, dada la altura y particular entidad de los nombres implicados, no habrá algún otro motivo que justifique la producción por parte del Teatro Español de este Hay que purgar a Totó: la afilada intelectualidad de Lavaudant, la elegancia de Espert, las tablas de Jordi Bosch, la transgresión de Gonzalo de Castro (vinculado a Animalario) parecen indicar algo más. El siempre encantador Juanjo Seoane, con quien estuve hablando antes de la representación, me lo subrayó con claridad: “Es un mero divertimento”. Así pues, parece que Hay que purgar a Totó debe abordarse con sentido del humor, más como informal desahogo y casi antojo de sus protagonistas que como obra sesuda con todas sus letras. Por eso, y sólo por eso, se entiende que tales actores y tal director se hayan lanzado al rescate de semejante texto de Feydeau. Por eso, y sólo por eso, se entiende que se entregue este texto a unos actores que bien podrían haber sido otros menos “estelares”, o simplemente más encasillados en este tipo de papeles, ya que la dedicación del trío Espert-Bosch-Castro a tal asunto produce una sensación como de querer matar moscas a cañonazos...
En todo caso, Hay que purgar a Totó da oportunidad de ver a Nuria Espert en grotesco atuendo de maruja, explotando muy bien sus magníficas capacidades, aunque sin perder ese tonillo suyo tan característico que no a todos gusta, pero al que con los años nos hemos acostumbrado. Jordi Bosch está excelente en su papel de burgués fabricante de orinales, con un punto de controlada hipérbole. Muy bien también el televisivo Gonzalo de Castro, efectivo y convincente como cornudo papanatas. En cuanto al resto del reparto, cumplió su cometido Ana Frau como criada, pero desmereció por su agresiva estridencia Tomás Pozzi en su Totó; Carmen Arévalo y Manuel Millán, aun considerando lo reducido de sus papeles, tampoco lucieron especialmente.
En definitiva, un montaje condescendiente, entregado a un humor sin pretensiones, en el que no obstante se demostró el buen hacer de dirección y actores, a quienes cabe emplazar para más arriesgadas empresas.

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