SRI-LANKA MON AMOUR

Sobre la exposición fotográfica de David Elvira en el Centro Cultural Doctor Madrazo

En estos tiempos en que la fotografía se ha convertido en una de las manifestaciones artísticas más apreciadas y frecuentadas por el público, puede resultar interesante subrayar las posibilidades que semejante manifestación ofrece no sólo como vehículo evidente de diálogo en el ámbito del arte, sino también como cauce de reflexión a nivel social e incluso personal.
En este sentido, la última exposición inaugurada en el Centro Cultural Doctor Madrazo participa de dos caracteres que se me antojan especialmente propicios para la reflexión antes citada: por un lado, la mirada fotográfica, natural y despojada de artificios, sin conservantes ni colorantes; por otro, la inserción del testimonio emocional (emocional adulto, sin sensiblerías) en un ciclo fotográfico que, en principio, es acta notarial de una aventura de alto riesgo. La exposición, obra del joven fotógrafo cántabro David Elvira, recoge una quincena de fotografías tomadas en un viaje a Sri-Lanka realizado por el artista en febrero del año pasado, cuando aún eran más que palpables las consecuencias del tsunami que destrozó el país en diciembre de 2004.
He hablado de mirada fotográfica y lo he hecho con absoluta intención. David Elvira, cuando quiere, puede y sabe entrar con sobrada soltura en el juego de la fotografía teórica, de la fotografía de investigación, cuidadosamente preparada y exquisitamente tratada (quienes hayan seguido su obra saben a qué me refiero, pero por dar una cita concreta, remito a los espléndidos trabajos de Elvira que aparecen en el libro recopilatorio XXV Años de Premios José Hierro, editado en 2006). Sin embargo, en su ciclo de Sri-Lanka sobresalen el corazón… y la mirada (aun sin descuidar, siquiera mínimamente, y como es obvio, la calidad formal). En un viaje de estas características –y eso Elvira lo sabe muy bien, porque ha realizado otros semejantes–, cuando hasta la propia integridad física puede correr peligro, cuando incluso una cámara puede ser un objeto que suscite violencia o desconfianza, sólo se puede acarrear una mirada atenta: la mirada que sabe captar el instante preciso, depositarse con afecto en el momento que está siendo y que no vuelve. De esta manera, se me ocurre que David Elvira es una suerte de poeta del mirar pues, como Jean Follain quería en los poetas, es un “experto en atención”.
La muestra de Elvira, aun en su relativa brevedad, contiene varios hitos importantes. El trabajo que inicia el itinerario rescata la imagen de una niña sordomuda de extremada, intensa y dolorida belleza. La dualidad de la hermosura y lo terrible que fascinaba a Rilke está presente en esta toma en que el mundo y la desgracia vociferan con estruendo: ¿cómo sonará el horror en la cabeza de la niña hermosa? A continuación, una estremecedora serie de fotografías tomadas en un geriátrico; los ancianos son privados de agua y comida por espacio de dos días; hay paredes desconchadas, colchones ajados, catervas de moscas moribundas, cuerpos carcomidos acogidos por un lecho desastrado; y en mitad de todo ello, una ternura desolada: la del objetivo de David. En gran formato, en otra pared, un hombre está sentado en el filo de una vía, una vía de tren interminable, una vía a la esperanza denegada, un sueño con forma de raíl; mientras tanto, el hombre nos escruta. La muestra de Elvira está trabajada en su práctica totalidad en blanco y negro –no podía ser de otra manera–, pero en un blanco y negro matizado, de filiaciones rosáceas. La única excepción en este paraje de grises es una toma espectacular: un niño con la túnica ritual anaranjada que asciende en equilibrios imposibles por una escalinata, hacia la sonrisa de un Buda complaciente, suspendido entre nubes y azul. Un poco más allá, de nuevo en blanco y negro, una mujer, su sombra apenas, emerge del vacío.
En Hiroshima mon amour, Emmanuelle Riva acude a Japón para rodar un documental, también buscándose a sí misma; con el transfondo brutal de los efectos de la bomba atómica, reflexiona sobre la memoria personal e histórica, sobre el compromiso y el amor. Todo viaje es una búsqueda: sabemos que esta es una de las grandes verdades legadas por los clásicos. La búsqueda perturbadora y compartida de David Elvira en Sri-Lanka nos pone en un camino delicado y difícil. Pero seguro que encontramos algo: ese amor al mundo, tal vez, que sin saberlo nos late bien adentro.

Comentarios

Isi ha dicho que…
Tarde o temprano sale lo que llevamos dentro.

El alma se desnuda y simplemente aparece lo que somos.

Tanto y nada como lo que somos.

Me encanta descubrir que eres así, David. (Kevin)

Isi.
Anónimo ha dicho que…
No sé si lo que aquí me corresponde es darte las gracias en nombre de David...
Un saludo.