CUESTIÓN DE ÉTICA

Al estreno, en la semana pasada, de una obra –el Cyrano de Bergerac- con tintes casi legendarios en lo que a sus motivos e histórica puesta en escena se refiere, ha relevado en esta semana un nuevo estreno que, aun bien distinto y distante de la geografía física y emocional del anterior, cuenta en su haber con un bagaje no menos intenso de representaciones y repercusión en el público. Me refiero a la puesta en escena del ya clásico Llama un inspector del británico John Boynton Priestley, estrenada en Londres en 1946 (por allí andaban Alec Guiness o Margaret Leighton), y que en este caso ha llegado hasta el Palacio de Festivales de Cantabria en versión de Juan Altamira y bajo la dirección de Román Calleja.
Sobre la obra en sí no se precisan demasiadas explicaciones, ya que Llama un inspector no sólo ha sido una de las piezas teatrales que, seguramente, más fama han reportado a su autor –si no a nivel literario, desde luego sí sobre las tablas–, sino también aquella por la que probablemente aún hoy se recuerda a Priestley de modo inmediato fuera de su entorno. Si la agitada vida intelectual de Priestley como literato, hombre de radio y compromiso político es sobradamente reconocida en Inglaterra (el éxito siempre le acompañó, en especial desde la aparición de su novela The Good Companyon, y su prestigio llegaba hasta el punto de que incluso tres obras suyas se podían contemplar a la vez en los teatros del West End londinense), fuera de Inglaterra J. B. Priestley es, sobre todo, el autor de An Inspector Calls. Y es que, a las numerosas representaciones de Llama un inspector en el momento contextual de su propio estreno cabe añadir las que incesantemente se han venido sucediendo a lo largo de las décadas, en una obra que acaba de cumplir sesenta años.
El aliento que anima el texto de Llama un inspector no resulta demasiado novedoso hoy, pero tampoco lo era en el tiempo de su estreno. La tradición de la denuncia y “puesta en feo” de los rasgos menos encomiables de la alta burguesía es un tópico que goza de muy antiguos y hasta ilustres precedentes literarios. Por lo demás, el detonante que dispara la acción -el suicidio de una muchacha zarandeada por la pobreza y las convenciones sociales– es otro tópico que han explotado generaciones enteras de escritores, en especial desde el siglo XIX. ¿Cómo cabe, pues, explicarse su prolongado éxito? Pienso que hay dos factores que contribuyeron y contribuyen a su calurosa recepción: por un lado, las “argucias estilísticas” a que Priestley recurre para desarrollar su historia; por otro lado, el punto de vista que se asume en la obra, quiero decir, el sujeto de la perspectiva crítica. Así, Llama un inspector recurre en su planteamiento a los patrones del género policiaco –hoy hablaríamos de thriller–, siempre tan atractivo, y en especial al más atractivo de todos: la investigación en un recinto cerrado, del que los personajes no pueden escapar, convirtiéndose la escena es una “lente de Janssen” a plena disposición del público. A esto hay que añadir la peculiar personalidad del inspector de marras, que trasciende su propio carácter inquisitivo para convertirse en una presencia sobrenatural –esta dimensión va creciendo a lo largo de la obra hasta concretarse en la escena final– y, en consecuencia, en un personaje sumamente inquietante. Por otra parte, aludí antes a la variación en la perspectiva crítica: en efecto, Priestley no ejerce la crítica de una clase social desde su propia pluma, sino que son los mismos personajes criticados los que confiesan su “culpa”; con lo que el lujoso salón de los Birling se convierte en improvisada sala de juicios en que los personajes ejercen como jueces y acusados a la vez: hay menos denuncias que cántico de palinodias, y esto es siempre más constructivo y catártico, al tiempo que proporciona mayor dosis de placer.
Estos dos aspectos, precisamente, han sido muy bien enfatizados por la dirección de Román Calleja, que ha demostrado que tiene el texto de Priestley muy bien mascado y asimilado. En particular, hay un momento clave de cambio de escenario que consiste precisamente en dar la vuelta a todos los elementos, con la consiguiente modificación de perspectiva: así es como pasamos de meros espectadores frontales a integrarnos en la trama, desde el patio de butacas saltamos a las mismas tablas; estamos ahí sin apenas darnos cuenta. El movimiento de los personajes en el escenario incide en idéntica idea. ¿Acaso nos hemos convertido en protagonistas potenciales de los hechos?
Insisto, pues, en la impecable dirección de Calleja –que ya demostró su buen hacer en la interesante Copenhague de Michael Frayn– como la gran baza de esta producción que, por otra parte, no resulta –ni probablemente lo pretende– especialmente arriesgada: un montaje tan correcto como convencional, con un decorado cuidado y una iluminación adecuada –hermosa sin algarabía, debida al muy solvente Gómez Cornejo–, así como un conocido elenco de actores que se mueven dentro de parámetros previsibles. Puede destacarse la interpretación de José Luis Pellicena en el papel del inspector, sobrio y mesurado como a su papel correspondía, y en la serena línea de algunos de los papeles señoriales que ha representado en su ya larga trayectoria como actor. Justos parecieron Paco Valladares y Concha Cuetos (incorporada en sustitución de la inicialmente prevista María José Alfonso) encarnando al matrimonio Birling, aun con suerte desigual. El joven Birling (Guillermo Muñoz) dio muestras de un talento que, no obstante, puede trabajarse más; Iván Gisbert (Gerald Corbett) debe crecerse un tanto y Lola Manzanares en el papel de Sheila Birling resultó a ratos sobreactuante y paradójicamente inexpresiva.
De la representación de Llama un inspector cabe tal vez subrayarse su intencionalidad: su apuesta por la ética personal –sin duda la más comprometida de todas– en tiempos de escasez de tal materia. En este sentido, pues, no importa tanto la anécdota de lo narrado como la resolución del conflicto: mirar dentro de uno antes de decidir sobre lo que concierne a otros. Y esto es algo tan válido en los comienzos del siglo XX como en los del XXI.

Comentarios

Darío Fernández ha dicho que…
Excelente crítica que comparto prácticamente punto por punto. Como siempre, ha sido un placer leerte. Enhorabuena por el blog.
Anónimo ha dicho que…
Amadises: gracias por estar ahí y por tus generosas palabras.