De Marcelino Menéndez Pelayo cualquier persona medianamente culta de este país –y hasta de otros– sabe que fue uno de los grandes padres de la filología hispánica moderna, a la par que filósofo, historiador y traductor (en tanto conocedor de ocho lenguas) de talla más que notable –por no decir más que sobresaliente. La crítica literaria española e hispanoamericana encontró en Menéndez Pelayo uno de sus impulsores más autorizados, y su edición de las ‘Obras de Lope de Vega’ (en trece tomos), su ‘Antología de poetas líricos castellanos’ (también en trece tomos) y su estudio sobre los ‘Orígenes de la novela’ (en tres volúmenes) continúan siendo trabajos de referencia ineludible. El ámbito hispanoamericano encontró un apoyo intelectual fundamental en su ‘Historia de la poesía hispanoamericana’, exhaustivo estudio genérico que de algún modo sirvió de conciliador puente cultural entre España y las por entonces recién perdidas colonias americanas; la ‘Historia de las ideas estéticas en España’ constituye aún hoy una apasionante reflexión sobre la estética literaria y artística de la tradición cultural española; y la ‘Historia de los heterodoxos españoles’, aun con las objeciones que se le quieran achacar, continúa siendo una interesante revisión de la intelectualidad española desde una singular concepción de la marginalidad. Además de sus obras concebidas para ser publicadas, el epistolario privado de Marcelino Menéndez Pelayo es fuente de información muy aprovechable sobre los más variados temas, siempre desde un enfoque riguroso que hace en ocasiones de sus cartas pequeños tratados sobre cualquier materia.
De Marcelino Menéndez Pelayo conocemos no sólo su inteligencia (que hoy calificaríamos de superdotada) y capacidad de trabajo descomunales, sino también su labor como Catedrático en la Universidad de Madrid, su calidad de miembro de la Real Academia Española, su trabajo al frente de la Real Academia de la Historia y, ya en sus últimos años, en la dirección de la Biblioteca Nacional. Sesenta y cinco volúmenes recopilatorios publicados por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas dan testimonio de la amplitud de la obra editada por el polígrafo santanderino, quien a su vez legó a su ciudad de nacimiento la que posiblemente sea hoy la biblioteca más importante de España en calidad de fondos y en posibilidades de investigación después de la Nacional.
Este currículum, sin embargo, le parece insuficiente a Rosa Regàs –a la sazón actual directora de la Biblioteca Nacional. La autora de ‘Luna lunera’, que como más insigne mérito de su carrera literaria cuanta en su haber con el magno Premio Planeta –con todo lo que ello significa–, estima hoy que Menéndez Pelayo (o su estatua, en este caso) no es digno de presidir el vestíbulo de la Biblioteca Nacional. Así que ha decidido trasladar la escultura al cuarto de los trastos, o peor aún, al jardín trasero, a disfrutar del calentamiento de la atmósfera y de la contaminación capitalina; además, ya era hora de que a don Marcelino le diera el aire.
Regàs no se ha pronunciado de una forma diáfana acerca de los motivos del traslado, y encubre la decisión detrás de una supuesta remodelación del vestíbulo, añadiendo que la escultura es “de mala calidad”. A lo mejor quiere situar allí otras figuras más edificantes y progresistas que con gracia y donosura reciban al visitante contemporáneo, como –se me ocurre– una estatua de Carmen Calvo inmortalizada textilmente por Ágata Ruiz de la Prada. Lo cierto es que la decisión no parece haber sentado muy bien entre el personal de la Biblioteca. Por otra parte, Regàs ha tenido buen cuidado de sugerir el cambio en un momento en que los españoles estamos sumidos en cuestiones más graves, o más bien en la única cuestión de importancia que hoy día existe en el país, que es, por supuesto, el “Estatut” (así llamado, me imagino, porque estatutoilmondo más que harto); aunque por si acaso, la noticia ha transcurrido muy discretamente, y en concreto ‘El País’ no ha dicho ni palabra.
En cualquier caso, parece que debemos permanecer tranquilos. Rosa Regàs, preguntada por la prensa sobre su opinión acerca de Marcelino Menéndez Pelayo, ha espetado textualmente que le admira mucho por su pasión por la heterodoxia, dado que incluso escribió una ‘Historia de los heterodoxos’. Tal contestación, aunque evidencia que Regàs ni siquiera ha hojeado los ‘Heterodoxos’ de don Marcelino (lo cual no es grave en mortales comunes y corrientes, pero sí lo parece en una Directora de la Biblioteca Nacional), tiene en cambio la virtud de aplacar otras posibles inquietudes: Rosa Regàs, a pesar de contestar en 8 de marzo, Día de la Mujer, al periodista que la interrogaba, no ha afeado a Menéndez Pelayo que no escribiera una ‘Historia de los heterodoxos españoles y de las heterodoxas españolas’. Por algo se empieza.
De Marcelino Menéndez Pelayo conocemos no sólo su inteligencia (que hoy calificaríamos de superdotada) y capacidad de trabajo descomunales, sino también su labor como Catedrático en la Universidad de Madrid, su calidad de miembro de la Real Academia Española, su trabajo al frente de la Real Academia de la Historia y, ya en sus últimos años, en la dirección de la Biblioteca Nacional. Sesenta y cinco volúmenes recopilatorios publicados por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas dan testimonio de la amplitud de la obra editada por el polígrafo santanderino, quien a su vez legó a su ciudad de nacimiento la que posiblemente sea hoy la biblioteca más importante de España en calidad de fondos y en posibilidades de investigación después de la Nacional.
Este currículum, sin embargo, le parece insuficiente a Rosa Regàs –a la sazón actual directora de la Biblioteca Nacional. La autora de ‘Luna lunera’, que como más insigne mérito de su carrera literaria cuanta en su haber con el magno Premio Planeta –con todo lo que ello significa–, estima hoy que Menéndez Pelayo (o su estatua, en este caso) no es digno de presidir el vestíbulo de la Biblioteca Nacional. Así que ha decidido trasladar la escultura al cuarto de los trastos, o peor aún, al jardín trasero, a disfrutar del calentamiento de la atmósfera y de la contaminación capitalina; además, ya era hora de que a don Marcelino le diera el aire.
Regàs no se ha pronunciado de una forma diáfana acerca de los motivos del traslado, y encubre la decisión detrás de una supuesta remodelación del vestíbulo, añadiendo que la escultura es “de mala calidad”. A lo mejor quiere situar allí otras figuras más edificantes y progresistas que con gracia y donosura reciban al visitante contemporáneo, como –se me ocurre– una estatua de Carmen Calvo inmortalizada textilmente por Ágata Ruiz de la Prada. Lo cierto es que la decisión no parece haber sentado muy bien entre el personal de la Biblioteca. Por otra parte, Regàs ha tenido buen cuidado de sugerir el cambio en un momento en que los españoles estamos sumidos en cuestiones más graves, o más bien en la única cuestión de importancia que hoy día existe en el país, que es, por supuesto, el “Estatut” (así llamado, me imagino, porque estatutoilmondo más que harto); aunque por si acaso, la noticia ha transcurrido muy discretamente, y en concreto ‘El País’ no ha dicho ni palabra.
En cualquier caso, parece que debemos permanecer tranquilos. Rosa Regàs, preguntada por la prensa sobre su opinión acerca de Marcelino Menéndez Pelayo, ha espetado textualmente que le admira mucho por su pasión por la heterodoxia, dado que incluso escribió una ‘Historia de los heterodoxos’. Tal contestación, aunque evidencia que Regàs ni siquiera ha hojeado los ‘Heterodoxos’ de don Marcelino (lo cual no es grave en mortales comunes y corrientes, pero sí lo parece en una Directora de la Biblioteca Nacional), tiene en cambio la virtud de aplacar otras posibles inquietudes: Rosa Regàs, a pesar de contestar en 8 de marzo, Día de la Mujer, al periodista que la interrogaba, no ha afeado a Menéndez Pelayo que no escribiera una ‘Historia de los heterodoxos españoles y de las heterodoxas españolas’. Por algo se empieza.
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