SOLDADO EN TIEMPOS DE PENURIA

Con el Plural Ensemble llegó al Festival Internacional la adelgazada cuota de representación de música contemporánea que en él suele contemplarse, en este caso con una obra de Igor Stravinsky bien conocida: la Historia de un soldado, alumbrada en los difíciles años finales de la Primera Guerra Mundial (entre 1917 y 1918) durante el exilio en Suiza del compositor. El propio Stravinsky ya admitió que fue esta la etapa con más necesidades de su vida, y en verdad la Historia de un soldado da fiel reflejo de ello, en tanto obra concebida con bajo presupuesto y para teatro ambulante, con siete instrumentos de vocación solista, un narrador y tres actores (diablo, soldado y princesa); una obra, pues, en la que se aunaban lo musical, lo dramático y la danza, que supuso a pesar de su brevedad una ruptura con la música que venía componiendo el ruso hasta el momento.
Que nuestros tiempos son aún peores que aquellos lo atestigua que se nos ofreciera en la noche del domingo la Historia de un soldado con un solo actor/narrador: Ernesto Alterio, que reunía en sí el papel de relator del texto y hubo de desempeñarse asimismo en las voces del diablo, el soldado, la princesa y hasta el rey (al que, por cierto, concedió un tonillo que nos resultó muy familiar con el de cierto monarca recientemente fugado de España). En lo instrumental, Fabián Panisello estuvo a cargo de la dirección del ensemble, integrado por violín, contrabajo, clarinete, fagot, trompeta, trombón y percusión. A la ausencia ya esperada de programas de mano se sumó la ausencia de mención al autor de la versión textual en castellano, realizada a partir del texto original de Charles Ferdinand Ramuz, de obvio influjo fáustico y con retazos de cuentos populares rusos; suponemos que sea la misma traducción que se estrenó en 2002 en el Auditorio Alfredo Kraus de Las Palmas de Gran Canaria, a cargo de Javier Tomeo. (Una versión irregular, por cierto, con estructura de centón de versos de rima machacona y no siempre bien cortados). Seguimos sin entender la falta de respeto que supone emplear material de un traductor, esencial en el desarrollo de un espectáculo, y no mencionar su nombre. 

Alterio disfrutó con su cometido y se le notó. Un tanto forzado a ratos, y más afortunado en la interpretación que en la narración, supo encarnar sus diferentes papeles en transiciones claras para el público lo mismo en voz que en gestos. En lo instrumental, debe destacarse la labor de la violinista Ema Alexeeva, que interpretó con acierto los pasajes más bonitos y conocidos de la obra. El ensemble estuvo dirigido con corrección por Panisello, si bien hubo momentos de confusión entre la parte musical y la dramática, en superposiciones no muy bien resueltas que asfixiaban al narrador.

No sabemos si es cierto que siempre menos sea más, pero en este caso el lema de Mies van der Rohe pretendió querer cumplirse con este espectáculo «de 0 a 99» y de poco más de una hora con que exiguamente se zanjó la tarde del domingo.