LA ZANJA SECULAR

Los actores de Titzina Teatro nos tienen acostumbrados a mirar la realidad más palpable de una manera singular, inesperada. Es obvio que ese enfoque se agradece cuando cada vez es más difícil encontrar propuestas que no sean previsibles, comerciales… o pretenciosas –ergo, sobrevaloradas.
La zanja toca varios temas delicados que al final son uno solo: la relación desigual entre el que manda y el que obedece, y las relaciones y acciones a veces incontrolables que surgen a la sombra de esa relación. Es una constante histórica que el que puede ejercer el poder lo ejerce, el que puede expoliar a una comunidad o lugar lo expolia, el que puede medrar a costa de otro sin importar las consecuencias medra. Aun cuando de esa constante broten ineludiblemente “tornillos” que se salen del mecanismo. La zanja se sirve de un elemento real en la Historia –la demoledora jugarreta que le endosó Pizarro a Atahualpa en el siglo XVI– como referente de los colonizadores capitalistas que continúan llegando hoy al ya Viejo Nuevo Mundo para despojarlo de sus riquezas naturales, prescindiendo de cualquier reparo moral o de respeto elemental –cultural, ecológico, laboral, o cualquier otro en que queramos o podamos pensar–. 
En mitad de la barbarie, dos grandes actores –Diego Lorca y Pako Merino– van dando vida a los indecentes y a los indignados, también a los asombrados, a los confusos, a los traicionados, a los ignorantes, a los confiados, a los implacables. Sin tregua y sin fallas, con transiciones perfectas en gestos, lenguaje, carácter. Lo más terrible sucede en un registro que alterna la evidencia con la paradoja, la seriedad con la chanza, como sucede todo en la vida, pues qué es estar aquí, en esta Tierra salvaje dejada de la mano de Dios o de quien sea, sino la más incierta de las tragicomedias.
Tal vez quepa achacar al montaje en alguna de sus páginas un excesivo amalgamiento de ideas, de idas y venidas, de saltos cronológicos; porque es mucho el infortunio y el abuso que se quiere reflejar; porque es grande, muy grande, y muy secular, la zanja. Mas dejando este pequeño “pero” a un lado, estamos ante un excelente trabajo de interpretación y también de planteamiento escénico, con una resolución técnica a priori muy difícil y sin embargo fresca, eficaz e inteligente. Qué gusto ir al teatro y ver teatro.