CARTAS PERDIDAS

Sobre Paradero desconocido, de Laila Ripoll, en el Palacio de Festivales de Santander. 

Que el régimen nazi y cuanto lo rodea contiene un morboso magnetismo es innegable, y por ello a su sombra han proliferado libros y películas; aunque podríamos preguntarnos por qué nos sigue conmoviendo aquel horror pretérito, mientras permanecemos impasibles ante conflictos pavorosos de la contemporaneidad. 
La gestación y progresos del nazismo es el tema que aborda Paradero desconocido, obrita original de una judía norteamericana (autoapodada Kressmann Taylor) adaptada por Laila Ripoll. Un judío asentado en California —Eisenstein— y un alemán en Munich —Schulse— son amigos y además socios en una galería de arte situada en Estados Unidos. La relación entre ellos se nos presenta en forma epistolar. Las misivas, dramatizadas en ambos extremos de la escena, van progresando desde la camaradería inicial hasta el más hostil distanciamiento por parte de la facción alemana conforme va asentándose el nacionalsocialismo y privilegiándose la posición partidista de Schulse. Entre ambos se yergue la figura catártica de Griselle, hermana de Eisenstein y examante de Schulse, que acaba sacrificada trágicamente ante la inacción cruel de Schulse, quien encontrará su consecuente castigo como ineludible ejemplo moral. 
Apoyándose en recursos audiovisuales —proyecciones de archivo, tomas de Leni Riefenstahl, pasajes pianísticos a cargo de Rosa Blanco—, Ripoll desarrolla su montaje en tres secciones claramente delimitadas en escena. Resulta fresca la parte cabaretera desarrollada por Griselle —Dora de Miguel— aunque pierde fuerza en su desenlace. Juanjo Artero como Schulse tiene momentos de sobreactuación que malogran su verosimilitud, resultando Juanjo Cucalón —Eisenstein— más contenido y convincente. 
Paradero desconocido queda lastrada por su propia estructura y su previsibilidad, que no obstante sobrenada por su tema y ritmo, aun en una corrección que no entusiasma.