Y LA TIERRA FUE REDONDA


Con motivo de la conmemoración de una efeméride que ha tenido en general poca repercusión en nuestra literatura, a pesar de su inconcusa relevancia —nos referimos a la primera navegación de origen europeo desde el Atlántico hasta el Pacífico, que así devino primera circunnavegación de la Tierra, iniciada por el marino de origen luso Fernando de Magallanes y coronada por el vasco Juan Sebastián Elcano—, la compañía Teatro Clásico de Sevilla alumbró el proyecto La odisea de Magallanes y Elcano, que después de un largo periplo ha arribado a los “Miércoles Íntimos” del Palacio de Festivales de Cantabria.

Con la obra clásica del explorador y cronista italiano Antonio de Pigafetta como base, ocho dramaturgos se comprometieron a escribir dieciséis textos relacionados con la extraordinaria hazaña de estos pioneros. Alfonso Zurro fue no solo relator sino también director escénico de esta propuesta que intenta condensar tres años de esperanzas, ambiciones, logros y desventuras en un montaje cercano a las dos horas (exactamente, 110 minutos) desarrollado con bastante fluidez. Hay que decir que el ensamblaje de los diferentes textos funciona muy bien en el resultado final, conducido con mano correcta por Zurro, de forma que no se notan las costuras. También es verdad que alguno de los retales nos sobra, porque nada decisivo aporta al texto ni a la acción ni al ritmo deseable de la obra (caso evidente es el cuadro cómico de los dos marineros desertores que retornan con los hombres de Magallanes, que comienza con gracejo lingüístico pero acaba tornándose en inacabable y reiterativo). En líneas generales, el tono es adecuado y ofrece una visión sintética y bien construida de los highlights de la gesta, también de la tramoya de la misma, en un intento aceptable de aproximación a los sentimientos de euforia y desesperación sucesivas de los azarosos navegantes a través del rescate de episodios de índole más personal. Asimismo, resulta acertado el registro, oscilante entre lo serio y lo menos serio, con pinceladas cómicas que aligeran la dureza intrínseca de ciertos pasajes (como mero ejemplo, la introducción del maneki-neko en escena supuso una divertida ocurrencia). 

Si ocho son los autores, ocho son también los actores, si bien estos se encargan en conjunto de decenas de personajes, en una vertiginosa sucesión o intercambio de roles. Todo el elenco cubre con solvencia las expectativas, derrochando ganas y energía en una función que, siendo agotadora, no lo parece gracias al desempeño actoral. Juan Motilla, que lleva un gran peso de la obra en su papel específico de Fernando de Magallanes, se desenvuelve de forma dinámica y convincente. Por añadidura, la decisión de incluir de forma muy accesible intervenciones en diferentes lenguas y acentos dentro del montaje aporta viveza y realidad. 

Interesante resulta también la propuesta escénica de Curt Allen Wilmer y Leticia Gañán, que con pocos elementos (un mástil, unas velas de plástico de protección, unas estructuras de madera que se unen y desunen en múltiples y efectivas combinaciones, unas mesuradas proyecciones de fondo a cargo de Fernando Brea) logra dibujar unos cuadros muy bien perfilados; algo que en este montaje y con esta temática implica un reto no desdeñable por variedad y dificultad (escenas en la Corte, periodos de navegación, islas, motines, tormentas en alta mar…). Funciona muy bien igualmente la transición de escenas, ayudada por un atinado diseño de iluminación de Florencio Ortiz.

La odisea de Magallanes y Elcano no duró diez, aunque sí tres largos años, surcados de violencia, frustraciones y muerte, también de gloria dolorosamente alcanzada. Un acontecimiento histórico de primera magnitud que admite distintos enfoques, pero que Teatro Clásico de Sevilla aborda de forma didáctica y global, en un notable esfuerzo que el público valora y, con razón, aplaude.