COMEDIDA SESIÓN INAUGURAL DEL FIS 2021


Una inusitada sesión inaugural abrió la LXX Edición del Festival Internacional de Santander. Y decimos inusitada porque no se comenzó en la forma acostumbrada –que es como decir fastuosa– por estos pagos, sino que se asistió a una sesión con vacíos entre las butacas disponibles y más natural en repertorio e intérpretes, aunque sin renunciar a una discreta elegancia –por otra parte, en línea con la programación del FIS en su conjunto, que este año continúa portando el sello indudablemente conservador que ya iniciara el pasado año–. En este caso, fue la muy correcta Orquesta Filarmónica de Luxemburgo la encargada de sobrellevar esa tarea, dirigida por Gustavo Gimeno, de origen valenciano y excelente porte. El programa, en esta jornada iniciática, supuso una cierta excepcionalidad respecto a lo que viene siendo la tradición inaugural del festival, con música del siglo XX (siempre añorada, como en más de una ocasión hemos reclamado), en esta velada representada por el Concierto Rumano de Ligeti, a la que siguió el muy esperado Concierto núm. 1 de Lizst (por la presencia de Yuja Wang al piano) y posteriormente, en el cierre, la Octava Sinfonía de Dvorák.

A la Filarmónica de Luxemburgo le sentó como un guante iniciar la velada con Ligeti, dada su más que notable experiencia en repertorio del XX; una obra que, por otra parte, tienen muy trabajada. La pieza en sí misma es exquisita pues, aunque deudora de las tendencias de recuperación folclorista –rumana, en este caso– propias de varios de los compositores de su época, supo Ligeti imprimirle un aliento personalísimo y moderno que se respira muy especialmente en su movimiento final. Aquí se pudieron degustar los ecos bartokianos de una melodía maravillosa, que por momentos recordaban al mandarín idéntico del genio húngaro, en precioso diálogo con uno de los afortunados descubrimientos de la noche: el excepcional primer violín de la Filarmónica de Luxemburgo, de sutileza aérea.

Yuja Wang ha comparecido finalmente en el cartel del FIS tras varios intentos frustrados por imprevistos y pandemias. Es verdad que lo que prometía en convocatorias anteriores parecía más sugerente que este Liszt un tanto convencional, que la pianista asiática, enfundada en un escotadísimo y metalizado vestido largo, y con unos altísimos zapatos con plataforma, atacó con fiereza casi exorbitada. Su entrada se hizo esperar varios minutos pero en cuanto tomó asiento dejó claro que por contundencia no iba a quedar. Contundencia que, por otro lado, le hizo falta específicamente en algún que otro pasaje, en que la orquesta –especialmente en el cuarto movimiento, allegro marziale– la cubrió en exceso. Wang hizo alarde de técnica, exhibición mecánica, dinámicas y agógicas vertiginosas, aunque en general cabe achacarle más espectáculo que comunicación e intimismo. Fue placentero escucharla pero no nos conmovió; algo que en Liszt da que pensar. No obstante, fue muy aclamada por el público, al que respondió con una propina endiablada: las Variaciones de Carmen transcritas por Horowitz, rápidas, lúdicas y salvajes.

Con Dvorák tuvimos ocasión de disfrutar a la Filarmónica de Luxemburgo en su despliegue de bonitos y matizados colores. Una formación en la que resulta especialmente brillante en conjunto la sección del viento metal. Gimeno dirigió con fluidez una obra que llega muy bien al público –qué decir de ese tan conocido como adorable tercer movimiento– y que resultó gratificante y luminosa en tiempos inciertos como los que vivimos. Fuera de programa, la orquesta obsequió al auditorio con la Primera Danza Húngara de Brahms, que fue bien recibida y aplaudida por lo ajustado en la duración del concierto.

(Fotografía de Pedro Puente Hoyos)