MUSAS DE CAPA CAÍDA

Este fin de semana en la Sala Pereda del Palacio de Festivales hemos tenido ocasión de asistir al último espectáculo alumbrado por Eusebio Calonge (en lo textual) y Francisco Sánchez (en la dirección). El desguace de las musas es el título de tal propuesta y la verdad es que hemos salido bastante sorprendidos del teatro, a tenor del nivel al que suele tenernos acostumbrados la compañía La Zaranda, siempre con osadas y bien resueltas apuestas, y que en este caso ha defraudado nuestras expectativas.
Calonge es un maestro en el abordaje lírico de los temas más escabrosos. Muchas son las obras en que lo viene demostrando desde hace varias décadas, y así ha sido en las recientes Ahora todo es noche o El grito en el cielo. También me viene a la memoria su participación en la preciosa y conmovedora La extinta poética, en este caso fuera del contexto actoral de La Zaranda. Sin embargo, El desguace de las musas tiene un fuerte sabor a proyecto fallido, no sabemos si por alteración de las reglas de juego habituales o por un superficial concepto que no se ha acabado de redondear. Ese feísmo exacerbado que es marca distintiva de la casa, y que cabalga con inteligencia entre el barroco, el esperpento y el expresionismo, se hace aquí protagonista de la función, cuando en realidad debiera ser únicamente su vehículo de transmisión. No podemos conformarnos con ver a unos personajes grotescos, hipermaquillados y más o menos graciosos deambulando por el escenario repitiendo cada diez minutos el mismo texto. Incluir elementos de atrezzo “novedosos” en la compañía, como los colorines o las lentejuelas o un piano, no distrae de las carencias de base, como tampoco nos distraen el incremento en el número habitual de actores (aquí seis) ni las reiteradas intervenciones de María Ángeles Pérez Muñoz (con páginas musicales de Orff o Bach, por cierto, cuya pertinencia no acaba de verse muy clara).
El desguace de las musas navega a la deriva entre la evocación nostálgica de un destartalado cabaré de barrio con sus pálidas estrellas estrelladas y el intento de convertir esa evocación en una crítica hacia la gestión actual de la cultura por los poderes públicos e incluso hacia su percepción por los espectadores, aunque no se entiende cuál es en verdad el hilo conductor que lleva de una cosa a la otra. Esa indeterminación produce una sensación de apunte, de bosquejo, de germen de obra que tiene interés pero que debe crecer y pulirse para no caer en el peligro de ofrecer una mera sucesión de sketches deshilvanados. Los actores están bien, siempre lo están, lo mismo los veteranos de la compañía (Gaspar Campuzano, Enrique Bustos –aquí algo más flojo– y Francisco Sánchez) que los agregados (Gabino Diego –una suerte de inspirado Luis Aguilé–, Inma Barrionuevo y la citada Maria Ángeles Pérez Muñoz), pero El desguace de las musas peca, pese a ellos, de ofrecer la totalidad de su discurso en los primeros treinta minutos, tras los cuales los sesenta restantes solo son repetición y previsibilidad; es decir, sobras, o como gusta decir por los pagos del sur, “ropa vieja”.