TIBIA INAUGURACIÓN DEL 68 FESTIVAL INTERNACIONAL

La Mahler Chamber Orchestra, dinámica formación integrada por cuarenta y cinco jóvenes intérpretes procedentes de veinte países, y dirigida en esta ocasión por el checo Jakub Hrusa, fue la protagonista del concierto inaugural de la 68 edición del Festival Internacional de Santander, con un programa dedicado a Mendelssohn (obertura de Las Hébridas), Chopin (Concierto para piano núm. 1 en mi menor, op. 11) y Beethoven (Cuarta sinfonía en Si bemol Mayor, op. 60).
Lo más destacable del concierto fue sin duda la flexibilidad de músicos de la orquesta, a los que se ve acostumbrados a bregar con distintos directores en muy poco espacio de tiempo, debido a sus peculiares normas de funcionamiento interno –ellos mismos eligen director y ensayan intensamente el repertorio en los días previos al concierto–. Además de su flexibilidad resulta muy grato especialmente el compacto terciopelo de su cuerda y la correlativa precisión del viento madera, algo que pudo disfrutarse ya en el tal vez excesivamente suavizado pero muy bien concertado Mendelssohn de inicio, resaltando los pasajes en que el compositor de Hamburgo quiso reflejar el oleaje marino.
A continuación vendría la obra más esperada de la noche, dada la presencia del pianista coreano Seong-Jin Cho, llamado a ser el gran protagonista del Concierto para piano núm. 1 de Chopin. Cho, premiado precisamente hace cuatro años en el Concurso Chopin de Varsovia, demostró su conocimiento del compositor desde una perspectiva muy ensimismada y poética, demorada y virtuosa, con delicadas ornamentaciones. Sobresalió muy especialmente en el Larghetto del segundo movimiento, en el que consiguió comunicar sensibilidad y emoción con una notable efusión lírica. La orquesta le acompañó con solvencia y buen entendimiento mutuo, tal con vez dulzura sobrante en un concepto demasiado meloso del romanticismo, aunque a veces el entusiasta director abandonara este sesgo y cayera en la tentación de cubrir el sonido del piano.
El pianista fue ovacionado por el público y quiso obsequiarnos con una propina que hay que lamentar que no fuese más afortunada. Beethoven no corrió buena suerte en las manos de Cho, quien ofreció una lectura plana, carente de contrastes y vacía de sentimiento, lo que es mucho decir cuando hablamos de la Sonata para piano núm. 14. Hay ocasiones en que las propinas las carga el diablo, y esta fue sin duda una de ellas, emborronándose la correcta sensación que había dejado el Chopin precedente.
El malogrado Beethoven de Cho supuso una suerte de desfavorable augurio de lo que habría de ocurrir con la Cuarta Sinfonía del genio de Bonn en la segunda parte del concierto. La “esbelta griega”, como Schumann la definiera, tuvo poco de ambos adjetivos en la, primero, estancada, y luego nerviosa, batuta de Hrusak. Alterando incomprensiblemente los tempi, el arranque no fue misterioso sino simplemente lento, sin matices, para dar paso sin transición a unos ataques bruscos, carentes de mesura y elegancia. La gesticulación constante del director subrayó esta sensación de falta de seguridad y de profundidad en el conocimiento de la obra. Los contrastes dinámicos se vieron reducidos a golpes de efecto que agotaron a la orquesta, ofreciéndose una partitura sin fluidez ni estilo, con temas amalgamados y sonido apelmazado. El carácter festivo a la par que sobrio de la sinfonía, en cierto modo haydniano, brilló por su ausencia a pesar de los esfuerzos denodados de los componentes de una orquesta cuyo director nos deparó la gran decepción de la noche de estreno. Una noche que, con buen criterio, terminó sin propinas.
Es probable que el Festival Internacional mereciera una velada mejor para ponerse de largo en este año, máxime teniendo en cuenta que la jornada estaba siendo retransmitida por Radio Clásica. En realidad, ya previamente nos había llamado la atención la elección de este concierto como propuesta inaugural. Es de esperar que las siguientes citas se recupere el nivel esperable y deseable en el Festival.