CHASCARRILLOS CERVANTINOS

Después de casi dos años de gira por escenarios continentales e incluso transoceánicos llega a Santander (que no a Cantabria, pues ya recaló en Torrelavega hace más de año y medio) la aclamada Cervantina de Ron Lalá, montaje que ha cosechado de manera casi unánime elogios de público y crítica. Se trata de la segunda incursión de la compañía de Yayo Cáceres en el universo de Cervantes, tras la iniciática En un lugar del Quijote. Conociendo la fórmula habitual de Ron Lalá, el producto no sorprende: a caballo entre el teatro y la revista, los Ron Lalá realizan una versión peculiar (versiones y diversiones, dicen ellos) de entremeses, novelas ejemplares y pasajes varios del genio alcalaíno. En este sentido, es de agradecer que se deje bien claro que la obra que se representa no supone una traslación literal de textos cervantinos, aunque sí los tome como inspiración y referencia, sino que se parte de una ficción paralela con textos de Álvaro Tato y números musicales que se van entreverando con algunos títulos más o menos relevantes de don Miguel.
Como es de esperar con semejante planteamiento, los resultados son desiguales a lo largo de los cien minutos de duración del espectáculo, y seguramente el resultado va de mejor a peor. El comienzo es ciertamente brillante: la síntesis de la biografía y obra de Cervantes en el diálogo de este con la Musa es un acierto total. El problema se presenta después, con los tiempos y proporciones; con el público aún expectante, la historia del viejo y celoso Carrizales, a pesar de su morosidad, es bien recibida, entre destellos muy logrados frente a trazos de humor demasiado grueso. El episodio de la gitanilla vuelve a mostrar buenos momentos, si bien acusa un lunar muy obvio en todo el montaje: la ausencia de actrices y el recurso reiterado al esperpento del varón que se viste de mujer. Hacia la mitad de la representación se pasa al capítulo del Hospital de los podridos, que resulta monótono a pesar de la implicación de los actores, quienes intentan incorporar a la función a los espectadores. Remonta Cervantina con el pasaje de los pícaros Rinconete y Cortadillo, pero cae estrepitosamente con un aburrido y prescindible patio de Monipodio. A continuación, se suceden citas precipitadas a diversas obras de Cervantes que quizá se hubieran visto beneficiadas con un recorte en la exposición de las previas. Un tema musical sirve de apertura y cierre del espectáculo, buscando enganchar al público con su sencilla cantinela.
Los actores están estupendos y demuestran su solvencia en la interpretación (se desdoblan con éxito en decenas de personajes), en el recitado y en los instrumentos. La escenografía es eficaz y la iluminación y el vestuario excelentes. Se aprecia que el montaje está más que rodado, porque todo funciona muy bien.
Cervantina es un espectáculo de estricta vocación popular y festiva, y no debe buscarse otra cosa. Es probable que desagrade a los puristas del teatro y de la literatura, a quienes rechinarán con razón las menciones oportunistas a la actualidad política, las rimas facilonas y las canciones estridentes. Pero no se le puede negar cierto talento en su reivindicación de la lectura y del espíritu crítico desde un ejercicio natural y necesario.