ADA O EL ARDOR DE LOS BYRON

En el tercer canto de Las peregrinaciones de Childe Harold, de George Gordon Byron, sexto barón de Byron, el poeta transcribe una de las pocas pérdidas que realmente lamentó en su vida plagada de excesos, amoríos, incestos, deudas y engaños: «¡Es tu rostro como el de tu madre, mi hermosa niña! / ¡Ada! ¡Única hija de mi casa y de mi corazón! / La última vez que los vi, tus jóvenes ojos azules sonreían, / y entonces partí, no como ahora parto, / sino con una esperanza». La madre de la «hermosa niña Ada» era Anna Isabella Milbanke Noel, baronesa de Wentworth, esposa acomodada de la que, no obstante, Byron apenas pudo beneficiarse en lo económico, dado que sus padres, poco confiados en la duración del matrimonio de Annabella, retuvieron su dote. Es verdad que sus sospechas no eran infundadas: el vínculo conyugal de los Byron se deshizo a las pocas semanas del nacimiento de Ada, que no era la primera ni la última hija del barón poeta, pero sí la única legítima, habida en el seno matrimonial. Exactamente un año, de 1815 a 1816, duró aquella pareja acorralada por los exabruptos, los estallidos de ira, los devaneos y los dispendios del barón. Annabella se escapó de la mansión familiar a hurtadillas, llevándose con ella a su hija Ada, logrando divorciarse después y retener la custodia de la niña. Tres meses más tarde, Byron abandonará Inglaterra para siempre en un barco que zarpó en el momento justo para librarle de las garras de la justicia. La casa en la que tantas tormentas se fraguaron —Bifrons, verdaderamente fastuosa, enclavada en una finca magnífica— se encontraba a seis kilómetros de Canterbury; desgraciadamente, fue demolida en 1948 y su grandeza solo se puede evocar en fotografías.
De George Byron conocemos su cojera por un grave defecto en el pie y también su rostro verdaderamente seductor. Alguno de los retratos de juventud de su hija Ada evidencian una belleza bastante menor aun con una remota dignidad similar en su gesto; una enfermedad juvenil le acarreó igualmente sempiternos problemas en las piernas. Años más tarde, el coronel Wildman, antiguo amigo de Byron en Cambridge, la describió con menosprecio: «Ada no era bella ni se parecía a su padre; además era muy descuidada en el vestir… taciturna y melancólica». Pero lo cierto es que Ada siempre gozó de una elevada capacidad de atracción en el entorno masculino de su tiempo. A ello contribuyó sin duda su peculiar y cultivada inteligencia, tan inclinada a las letras como a los números; talentos que con seguridad provenían de la indesmayable inspiración poética del padre y de la exquisita educación científica de su madre.
A pesar de los esfuerzos de Annabella por alejar a su hija de la literatura, a causa del funesto recuerdo que le acarreaba la dedicación de su ex marido, el primer arrebato de Ada fue la poesía; entre sus amigas era célebre por organizar reuniones de lectura y escritura. Con el tiempo llegó a darse cuenta de que el verso no era su medio natural, aunque siempre la acompañó la fama de dama culta y toda su vida se quiso rodear de escritores: Dickens se contaba entre sus amistades personales y también mantuvo relación con Bulwer Lytton, Walter Scott… Sin embargo, Ada estaba llamada a ser conocida por sus innovaciones en el campo de la ciencia, y en particular de la matemática y el cálculo. Ya con trece años había diseñado una máquina de volar y con dieciocho asistiría con pleno entendimiento a una conferencia decisiva: la que pronunció Charles Babbage, veinticuatro años mayor que ella, sobre su «máquina diferencial», una calculadora mecánica heredera de las de Pascal y Leibniz. Babbage le habló también a Ada de un proyecto aún más ambicioso, la «máquina analítica», un portento imaginario capaz de realizar todo tipo de cálculos utilizando un programa externo codificado en tarjetas perforadas, del mismo modo en que los telares de Jacquard usaban tarjetas para cambiar los diseños de las telas que tejían. La amistad entre Ada y Babbage se hizo sólida a partir de aquel día y, aunque pasó por fases de intensidad e intimidad variables, nunca se quebró. Ada perfeccionó y amplió con sus anotaciones y aportes las ideas originales aunque no muy bien definidas de Babbage. Hoy se la considera una pionera en el ámbito de la informática por haber sido capaz de vislumbrar en 1842 que el auténtico valor de una máquina de cálculo radica en la programación previa, a través de un almacén de datos y secuencias de instrucciones dadas en tarjetas de control.
Ada se casó joven con el lord de Lovelace y pudo gozar de una buena posición económica que, en cambio, se esforzó en devastar con una contumaz afición a las carreras de caballos, a las que se dice que aplicó sus conocimientos matemáticos intentando crear una pauta de previsión de resultados; sus inacabables deudas demostraron que en este campo no obtuvo demasiado éxito.
Ada Byron de Lovelace murió con 36 años, exactamente a la misma edad que su padre, y junto a él fue enterrada. El cáncer la atacó con una inusitada ferocidad que Ada intentó aliviar con opio, láudano e hipnosis. En carta privada a una amiga, Dickens escribió: «Recibí una nota de lord Lovelace comunicándome que lady Lovelace se estaba muriendo, y que mi pasaje de Dombey sobre la muerte del niño la había fascinado y consolado tanto que deseaba verme otra vez. Así que fui, y estuve a solas con ella un buen rato. Fue muy triste e incómodo, pero me impresionó su entereza, así como la convicción de que su sufrimiento (que ha sido atroz) tiene un sentido para Dios en su infinita bondad».
En 1979 el Departamento de Defensa de los Estados Unidos creó el lenguaje de programación «Ada» y varias universidades han bautizado sus departamentos informáticos con el nombre de la «hechicera de los números» (como Babbage la llamaba), en memoria de la extraordinaria matemática que en un tiempo soñó con ser poeta.

PARA ESPIAR


Essinger, James: El algoritmo de Ada. La vida de Ada Lovelace, hija de lord Byron y pionera de la era informática. Alba Editorial, 2015. 232 páginas.

Essinger, autor de formación científica, recorre de forma amena la breve pero intensa biografía de Ada Byron, deteniéndose en sus primerizas aficiones literarias, en sus logros matemáticos y en sus menudeos personales, ofreciendo un esbozo bastante curioso del panorama académico y científico del momento y también un perfil de la aristocracia londinense decimonónica. También permite Essinger acercarse a la configuración de la extraordinaria personalidad de Ada, zarandeada por una madre controladora y obstinada y por la presencia impalpable de un padre desatado y excesivo. Un libro en el que la literatura está formalmente ausente pero que ofrece mucha información sobre la admirada maga de los números, cuyo legado rescató décadas después, y en un momento clave de la Historia, otro mito: Alan Turing.