LA EXQUISITA SIRENA DE VENECIA

Cuando Barbara Strozzi nació, la estrella política de Venecia —no así la cultural— empezaba a declinar: el Mediterráneo ya no era el mar de los grandes acontecimientos, que ahora tenían lugar en el Atlántico, al tiempo que los turcos y los europeos continentales iban adquiriendo fuerza. Además, la peste hizo presa en la ciudad en los años 30 del siglo XVII, mermando la población de la laguna de forma importante. Todos estos sucesos acarrearon modificaciones sociales sustanciales: los patricios, en quienes recaía la soberanía de la República Serenísima, comenzaron a dejar de lado sus labores vinculadas al mar para hacerse terratenientes, y los lazos de sangre aparentemente superados resurgieron con fuerza. Así fue como una aristocracia de corte feudal, casi desconocida en Venecia, arrastró a la República a un retroceso histórico y a un caos político difíciles de soportar. No es casual que por aquellos años naciera un dicho popular que aconsejaba evitar cuatro pes: putas, curas (preti), piedra de Istria, con la que se pavimentaban las calles (causa de frecuentes resbalones y caídas al agua de los canales) y patricios.
Desde el punto de vista musical, se comienza a fraguar el predominio de la ópera sobre el teatro musical. Si en tiempos de Monteverdi lo apreciable era el hilo dramático, con arias y recitativos escritos precisamente al servicio del drama, en el nuevo siglo declinó el gusto por estos elementos, hasta el punto de que el público adoptó la costumbre de aprovechar las partes recitadas para hacer vida social; incluso sabemos de la existencia de las llamadas «arias de sorbete», que eran aprovechadas por los vendedores de bebidas y chucherías para colocar su mercancía. Mientras los argumentos de muchos libretos declinaban, en la búsqueda única de hacer caja —y ciertamente sus autores la hacían, pues las entradas para la ópera no eran caras y se vendían masivamente—, los espíritus más selectos y pudientes, como Barbara Strozzi, se refugiaban en la cantata, género aristocrático cultivado en las academias frecuentadas por melómanos y aficionados a la poesía. Más o menos como ocurre hoy, salvando las distancias en los niveles de vulgaridad —claramente desfavorables en la actualidad—, al público corriente le interesaba poco la música y aún menos el texto; sin embargo, se adoraba a las estrellas del canto, que por ello percibían sueldos fabulosos.
Los principales discípulos de Francesco Cavalli, director musical de la Basílica de San Marcos y sin duda el mayor compositor de ámbito veneciano de su época, fueron mujeres: Betta Mocenigo, Fiorenza Grimani, Antonia Padoani… y Barbara Strozzi. Barbara nació en 1619. Su madre era la criada de un rico poeta —valga el oxímoron— y jurista afincado en Venecia, Giulio Strozzi, quien nunca reconoció oficialmente su paternidad, pero adoptó a la niña y la nombró su heredera, además de proporcionarle la esmerada educación que la introdujo directamente en los círculos intelectuales escogidos en que Giulio se movía. El padre de Strozzi pertenecía a la Accademia degli Incogniti, exquisito centro de cultura al que asistían los más refinados amantes de la cultura veneciana, y abrió asimismo otro centro, la Accademia degli Unisoni —a la que incluso perteneció Monteverdi— para ensalzar los progresos musicales de su hija. Barbara no le defraudó. Por lo demás, en estos círculos la presencia femenina —la culta y acomodada, se entiende— era normal. Junto a las mujeres más ricas también ocupaban un lugar no desdeñable las cortesanas de lujo, mujeres sofisticadas que gozaban de conocimientos de retórica, poesía y música, al tiempo que sus costumbres relajadas las hacían más asequibles. La torpe interpretación que se ha realizado de un retrato de Bernardo Strozzi, La tañedora de viola, indujo en algún tiempo a afirmar que Barbara Strozzi ejerció la prostitución, aspecto totalmente descartado hoy. El cuadro de Bernardo Strozzi representa a una mujer escotada y con un pecho al aire de la que ni siquiera hay la certeza de que sea Barbara más allá de la coincidencia de apellido. En la primera velada de la academia, Barbara cantó acompañándose al laúd composiciones suyas con letras de su padre Giulio. Su voz era tan hermosa como su música y le valió el calificativo de «púdica sirena» y «virtuosísima cantante».
Strozzi hizo gala de mucha suerte, libertad y talento. De lo poco que en verdad se sabe de su vida, nos queda constancia de que tuvo cuatro hijos pero que nunca accedió a casarse. Murió joven, con apenas 57 años. En su ideario le resultó más importante acaparar la aprobación de una minoría melómana que perseguir el éxito de la masa iletrada: antepuso la delicadeza del arte al éxito popular mediocre. Sus cantatas y madrigales, probablemente compuestos para ser interpretados por ella misma, se cuentan entre los más bellos y emocionantes del siglo XVII.

MÚSICA PARA ESPIAR



Barbara Strozzi: Primer libro de madrigales (1644). La Venexiana. Cantus Records, 1997.

La obra de Strozzi suele ser abordada parcialmente, en antologías de música barroca de autores variados. En este caso, nos encontramos con una versión prácticamente íntegra del primer libro de madrigales de Strozzi, que data de 1644. Se trata de un disco grabado en la iglesia de San Miguel de Cuenca, en el que la toma de sonido no es muy brillante, pero que cuenta con el encanto de ser uno de los primeros registros dedicados a la compositora veneciana, interpretado además por el célebre y mítico conjunto de Claudio Cavina. Un disco de valor sentimental.


Barbara Strozzi: Cantatas. Susanne Rydén. Musica Fiorita. Harmonia Mundi, 2000.

Ramillete de once cantatas de Strozzi, en su mayoría de la op. 2, que abarcan dos décadas de su producción (50 y 60), entre las que se encuentra su mayúsculo ‘L’Eraclito Amoroso’ y también piezas más bravas como ‘La Vendetta’. La soprano sueca Susanne Rydén afronta con solvencia un repertorio que exige una fantástica paleta de colores y se encuentra bien acompañada por el ensemble Musica Fiorita. Un hermoso disco que se cuenta entre las mejores grabaciones dedicadas a la compositora serenísima.