TAN DULCE EL TORMENTO

Bajo el título escueto pero atinado de «Tesoros de las primeras óperas» ha cerrado Philippe Jaroussky con su Ensemble Artaserse la programación de la LXV Edición del Festival Internacional de Santander; un Festival que ha demostrado, tras unos años de dura travesía por el desierto, estar reencontrando su camino con conciertos de primera línea como este exquisito recopilatorio del contratenor francés que se ha disfrutado en la noche última de agosto en la Sala Argenta.
El programa, centrado en el rescate de obras y autores quizá menos conocidos por el gran público, recogió lo más excelso de los balbuceos primeros de la ópera y sus inmediatos y más aventajados seguidores. Se trata de «tesoros», en efecto, con valor arqueológico por lo que tienen de iniciáticos, pero a la vez con un valor artístico sumo, en unas ocasiones por su musicalidad fresca y natural, exenta de los artificios que exhibe el más exaltado barroco posterior, en otras por la sorpresa que supone escuchar composiciones auténticamente audaces y con formas muy adelantadas a su tiempo. En este repaso estuvieron presentes, pues, «padres de la ópera» como Rossi o Monteverdi, pero también su progenie de oro, como Cavalli, Cesti o Steffani, y virtuosos absolutos del violín como Marini o Pandolfi Mealli.
Jaroussky es uno de los contratenores más aclamados de su generación y, a mi juicio, su voz ha ido cimentándose en los últimos años, hasta el punto de encontrarse, a día de hoy, en plena madurez vocal, técnica y dramática. Estar entre los mejores en estos momentos no es fácil, son varios los cantantes de esta cuerda —por fortuna, cada vez mejor representada— que ejercen dura competencia. Pero sin duda Jaroussky lo está, y bien lo demostró en la clausura del Festival: con su voz absolutamente diamantina y su apabullante registro alto, derrocha una coloratura impresionante, agilidades increíbles y una afinación extraordinaria, aparte de un fraseo impecable y una técnica que le permite controlar todos los recursos de una voz especializada en el repertorio antiguo, proyectando con suma perfección, regalándonos unos pianissimi de infarto… Si en la primera parte del concierto nos asombró con sus cualidades vocales —en el Orfeo de Rossi estuvo sublime—, en la segunda añadió a estas una implicación dramática conmovedora: indudablemente, había «calentado» y se encontraba más cómodo, pues desplegó una seducción interpretativa extraordinaria, removiéndonos con Cesti y Steffani y mostrándose pizpireto con Cavalli. Estando brillante en su totalidad, destacó sin embargo más en las arias intimistas —son su fuerte indiscutible— que en las de bravura.
El Ensemble Artaserse hizo un magnífico trabajo, con músicos perfectamente compenetrados, espléndidos solistas y rico bajo continuo. Debe quizá destacarse el notabilísimo solo que se marcó el concertino Raúl Orellana con La Cesta de Pandolfi Mealli: otra gema sublime en una diadema de por sí muy bien surtida.
El público aplaudió con motivo y con ganas —pues los músicos, inteligentemente, engarzaron todas las piezas para que no se pudiera aplaudir cada una de ellas por separado: ¡qué acierto!— y a cambio se obtuvieron dos Monteverdi de propina: el inevitable madrigal Sì dolce è’l tormento y un aria del primer acto del Orfeo.
Una gran noche, en suma, que ha culminado un Festival, tras todo lo visto, con expectativas de un sólido futuro. Enhorabuena a los responsables y a seguir creciendo.