Como una madre, páncreas no hay más que uno. Patxo Tellería
adapta jocosamente el dicho popular para escribir una obrita en la que, aun sin
grandes pretensiones, encontramos un poco de todo, un mucho de reconocibles
referencias teatrales y estéticas y, en especial, bastante simpatía. Todo ello
lo subraya el montaje que, dirigido por Juan Carlos Rubio, pudo verse este fin
de semana en el Palacio de Festivales.
Páncreas juega mucho con los tour de force en su
desarrollo, pero logra hacerlo con naturalidad, sin que se le noten demasiado
las costuras, aunque es evidente que algunos efectos son previsibles. Otro de
sus caracteres más obvios es el riesgo: escribir en este siglo una obra en
verso tiene sus perendengues y, aunque el resultado es bastante irregular —en
ocasiones se fuerza demasiado la rima y la métrica cojea en no pocas ocasiones—,
hay que admitir que el cóctel final juega a favor, aportando ironía y gracejo
incluso en las situaciones más «críticas» de la función.
La escena está bien concebida y mejor iluminada, a cargo de
José Luis Raymond y José Manuel Guerra respectivamente. En líneas generales, la
dirección de actores es atinada y ágil, a tono con el ritmo de la obra. El
juego entre vivos y muertos es ocurrente y está muy bien resuelto. Nos sobra
quizá algo de musiquerío, recurso oportuno que termina por cansar al emplearse
en exceso en la segunda parte de la obra, lo mismo que la «explicación» de la
trama que se nos ofrece a modo de epílogo, y que suponemos que cualquier
espectador avisado ha comprendido ya sobradamente a esas alturas: los chistes no se explican,
y los finales acertados, tampoco. También sobran, sin duda, los tacos
continuos, a los que se apela indefectiblemente en el teatro comercial actual;
los espectadores suelen carcajearse cuando los oyen —nunca entenderé por qué—,
pero en este caso se han usado para reforzar rimas (tortazo-cabronazo, etc.),
con lo que su presencia se hace aún más hosca, si cabe.
Muy bien, sin distinciones, Fernando Cayo, Alfonso Lara y
José Pedro Carrión, que dan a la obra un empaque que tal vez con otros no
hubiera alcanzado. De su largo y experimentado recorrido no cabía esperar
menos, pero lo cierto es que se meten y nos meten con soltura en la piel de
unos personajes cómico-oníricos con un desparpajo que arranca la (son)risa con
facilidad y talento.